Me politicé a los 14 años, a raíz de los problemas surgidos durante la crisis de 2008. La radicalización de la derecha era una versión light de lo que vemos ahora, pero se palpaba la violencia en todos los ambientes, aquellos en los que se produce la socialización. Desde la escuela se nos hablaba de lo que recibe en el presente el nombre de “temas identitarios”, todos ellos reunidos en los manuales de educación para la ciudadanía. Marina tiene toda la razón cuando se queja del mediafare hacia esa asignatura. No hay teoría democrática actual que no parta de unas ideas similares, que recogen la versión menos trágica del habermasianismo: unos principios contrafácticos formales, como dibujos en un papel, que se colorean con el conjunto de experiencias vividas en la esfera pública y privada. Parecía que por primera vez se trataba de dar respuesta a la aporía de Berlín, pues libertad positiva y negativa quedaban insertas en una dialéctica que suponía unos mínimos consensuales bajo los cuales desarrollar todas las vidas posibles. Si Podemos ha sido la principal víctima de acoso por parte de los nuevos modos de disciplinamiento digital y mediático que parecen ser el Zeitgeist de nuestra época, educación para la ciudadanía fue el experimento previo de todo aquello.
En 2011, cuando en Madrid se abarrotó Sol, en nuestras pequeñas ciudades intentábamos emular a la capital en una versión provinciana que no era capaz de reunir todo ese ímpetu espontáneo que, con envidia, veíamos en el resto de capitales autonómicas. En Barcelona las masas indignadas se enfrentaban al gobierno de Mas, mientras que en Euskadi los “yayoflautas” y la izquierda abertzale renunciaban en buena medida al espíritu nacionalista que por entonces compartía el PNV más rancio, que no dudó en vestirse de requeté en un intento de superar la crisis del sistema que tocaba a todos los partidos que formaban parte del llamado régimen del 78: PPSOE y los nacionalismos de derechas. El 15 M era este tipo de cosas que aterraban a Habermas, porque se daba la situación paradójica de que se rompía el consenso sin que hubiera un consenso previo sobre cómo hacerlo. El cuerpo sin órganos que fueron las concentraciones madrileñas, barcelonesas y vizcaínas había que hacerlo un organismo funcional, susceptible de desarrollarse como hace todo lo viviente, a base de aumento, de potencia. Era una mezcla de decisión, populismo y vanguardia leninista la que dio forma política democrática liberal a todo aquello, con Podemos. Dado que este es un ejercicio biográfico, no recuerdo exactamente los términos en los que se planteó la introducción del partido en la sociedad española, pero sí que nos convocábamos a ver algunos programas en los que salía Iglesias, al que muchos admirábamos por su inteligencia y capacidad sintética. Esto fue en torno a 2013. Antes de la formación de Podemos como partido político, no sabíamos exactamente cómo defender nuestras posiciones o enfrentarnos a las contradicciones. Desde ese momento, podíamos “con todo”. Además, teníamos también un nuevo fondo en el que cabíamos todos por situación geográfica, que ahora se ha perdido: el pueblo contra la casta, y el sur contra el norte.
2015 ha sido el golpe más duro que la burocracia de Bruselas ha hecho contra la democracia. Que ahora se lleven las manos a la cabeza por la extrema derecha solo es una muestra de cinismo e hipocresía. Partidos marxistas leninistas o maoístas han hablado de la traición de Syriza al pueblo griego, y creo que es injusto. Lo que hubo no fue traición, sino derrota en una guerra económica sin cuartel. La guerra no fue sólo económica, sino también territorial y mediática. En lo primero, las presiones migratorias convirtieron la política securatoria de la unión en un proceso de cribado racial y religioso, llenando de cuerpos previamente seleccionados los barrios más subalternos de las metrópolis europeas, donde estado y monopolio de la violencia se convirtieron en términos sinónimos. Los herederos del proceso galtoniano de selección son los “no-ciudadanos” europeos, en una brecha social que la izquierda tardaremos generaciones en coser. Europa ya no era laica, sino blanca, y poco a poco, la palabra pueblo adquiere una significación esencialista que ha abandonado la igualdad económica y social para abrazar una igualdad mítica y étnica. En lo mediático, surge el culto al conjunto discreto de datos, y la evolución de los mismos en periodos cada vez más cortos de tiempo. El experimento mediático de la actualización de la prima de riesgo fue dando paso a la cuenta atrás del estado de alarma durante la pandemia -una versión españolista y, por tanto, muy rancia de Mad Max, donde cientos de chavales liándose y bebiendo fue visto como terrorismo biológico-, o el contador de “violadores soltados a la calle” que popularizó Okdiario. La esencia de la técnica no es, ella misma, nada técnico. La derrota de Syriza fue la derrota de todo intento de democratizar la economía, de despolitizarla. Se cumple así el lado oscuro del populismo: no hay referencia semántica en el lenguaje, sino funcionalidad simbólica que impide una postura deflacionista en relación al significado. Si Habermas se había esforzado en describir la crisis de legitimación de lo que ahora llamamos neoliberalismo, ahora el problema no está en la legitimidad, sino en la crisis. Hablar es hacer cosas con palabras, y la política ha devenido fascista cuando la palabra por la palabra es la acción por la acción.
2018 fue un hito fundamental en la historia social y política española, por la vía de la revolución feminista. Yo tuve la suerte (por vía del señalamiento de mis privilegios como hombre cis, tengo que admitir) de conocer todo esto a finales del 2015 y durante 2016. Cuando estalló en Madrid la marcha del 8 de marzo, trabajaba haciendo sustituciones en la universidad, y conocí dentro de la militancia feminista a muchas compañeras que siempre me han exigido una crítica constante. 2016 fue un año muy extraño: al tiempo que los colectivos cuir de Madrid nos daban a los cis textos hardcore para ir experimentando en todas las direcciones posibles – lo primero que leí de feminismo fue Testo Yonki-, el fallecimiento de Gustavo Bueno hizo que algunos nos introdujéramos en los Ensayos Materialistas. Esta mezcla tan rara (un amigo mío diría como “un cachi de Whiskey-Ron”) se nos hizo indigesta, pero, quizá porque la mayoría no entendíamos nada de lo que ponía en ninguno de esos libros, la resaca trajo consigo una revelación maravillosa. El materialismo no tenía nada que ver con la economía, o al menos tal y como nosotros la habíamos entendido hasta ese momento. La materia empezaba a cobrar vida, y desde ahí era posible entender la crítica feminista a la economía política: la familia, la desigualdad salarial, la política reproductiva, la cultura de la violación… Como suele ponerse en los textos universitarios para estudiantes de la filosofía, el feminismo dio un giro ontológico al materialismo anterior, centrándose en el binarismo-género como fondo diferencial del que surgen las relaciones de dominación. Irene Montero ha sido la ministra que ha tratado de dar salida política a esta idea. No puedo arrogarme verdad alguna en esto, pero es lo más honrado ponerlo por escrito. Montero ha sido la política que más ha hecho por la diferencia filosófica en este país, que es siempre base de la auténtica igualdad. Todos los que hemos detentado algún privilegio y hemos aludido a una falsa esencialidad (biológica, cultural, de identidad u orientación sexual…) para defenderla, tendremos que pedir perdón algún día por el linchamiento (o el silencio ante ello) ante esta persona. Más allá de lo acertado o equivocado de las proposiciones de ley o del uso parlamentario de la palabra, no conozco persona alguna del colectivo que no se haya sentido representada, aunque fuera de manera parcial o fugaz, por las palabras de Irene Montero. Y esto dice mucho de todo el privilegio que debemos revisar también en formaciones como la mía.
Finales de 2017 fue también el año del uno de octubre en Cataluña. La verdad es que es complicado hablar de este tema sin revivir heridas. Es fácil creer que mi formación está, en el mejor de los casos, en la equidistancia, y en el peor, en el “a por ellos”. Vi el primero de octubre de 2017 en Madrid y Valladolid, y tuve una sensación profundamente dualista en el corazón, que me ha costado tiempo superar en términos políticos (aun me pesa, de hecho). Estuve en la manifestación de Barcelona viendo a Paco Frutos, al tiempo que después fui a las concentraciones en Valladolid contra la sentencia del supremo -donde, por cierto, al ser un sofá cama de más de cien kilos, recibí pedradas de las juventudes de Democracia Nacional-. Desconozco el clima catalán y vasco en las calles, pero aquí la discusión era bastante fuerte, incluso dentro del independentismo castellano. Todos, de un modo u otro, rechazábamos que el artículo 155 implicara, por la vía de la represión, lo que pudimos ver a lo largo de aquel domingo, que puede resumirse en un uso desmedido de la violencia. Nos parecía un uso desmedido de la fuerza porque lo que se estaba tratando de evitar era, para buena parte de la izquierda española en el resto del territorio, una especie de performance estético-política, puesto que el gobierno de la Generalitat no había conseguido ningún apoyo para el reconocimiento de la república catalana en el exterior. Por otro lado, la idea de la autodeterminación nos parecía algo arriesgado si no se explicaba bien el contexto de este concepto para la formación de estados-nación, contexto del colonialismo europeo en el sur global, lo que conllevaba a afirmar una verdad que el independentismo nunca ha dicho de una manera clara, a excepción de la eta político militar: que Cataluña y Euskadi son colonias españolas. Puesto que la discusión nunca se planteó en estos términos, era complicado llegar a alguna solución que no acabara en reconocer el derecho histórico de Cataluña a ser nación. Ni Cataluña, ni Euskadi ni España tienen derecho a ser nada. Los únicos que lo poseen acorde al derecho internacional son los países del sur global. Los textos que utilizábamos de referencia para tratar el tema, la famosa discusión Lenin-Luxemburgo, tampoco nos aclaraban mucho la cosa, puesto que la nación era previa a la formación de los estados, lo que hacía que nos preguntáramos si el pueblo precede a la lucha de clases o al revés; España frente a Europa, junto a El mito de la izquierda o España no es un mito, que empezaba también a coger fuerza desde algunos intentos de refundar la izquierda hispánica (la famosa séptima generación), a muchos tampoco nos convenció, porque el estado era anterior al sujeto conformador del mismo, lo que no explicaba bien los problemas de identidad nacional. El caos ideológico ante el que nos encontrábamos era importante, porque el tema no se abordaba desde el punto de vista de la soberanía.
La soberanía fue un tema fundamental de Podemos, antes de su viraje izquierdista. Decir que el partido pretendía ser “transversal” tal y como lo entienden los medios era falso y lo sabíamos todos. Podemos siempre fue un partido de izquierdas, pero no siempre del mismo modo. Nunca mintió con la cuestión nacional, pues siempre han considerado la plurinacionalidad como algo intrínseco al estado español. Podemos no ha mentido nunca. Creo que es el único partido coherente que ha tenido representación en las instituciones españolas, tanto municipales como autonómicas y estatales. Digamos que, tras el uno de octubre, la cuestión de la soberanía cambió de lado. De la democratización de la economía se pasó a la cuestión de la democratización territorial, poniendo el punto en el conjunto de diferencias sociales y culturales que existen en la España actual, pero sobre todo en las diferencias políticas. Estas diferencias políticas eran las que vertebraban el estado español en diferentes naciones, pues frente a cuestiones esencialistas y culturales, se pensaba en que los pueblos catalán y vasco eran más conscientes del conjunto de problemas de regeneración que se daban en el estado, y eran capaces de movilizarse y votar en consecuencia. Frente a estas dos naciones, las naciones andaluza, castellana, aragonesa, etc… esto que podría llamarse la identidad política nacional española, no es capaz de dar cuenta de este conjunto de problemas, sea por incapacidad o por un conjunto de factores alienadores que lo impiden tornarse consciente de la represión que sufren por parte del estado español. En Podemos la idea de plurinacionalidad nunca fue cultural ni étnica. Si esto fuera así, la formación jamás habría tenido el poder ni la influencia que ha llegado a ostentar. Era, desde luego, un tema de identidades, pero de identidades políticas, pues solo las fuerzas de la izquierda independentista son los que se han dado cuenta de la triste verdad que recorre España: que el régimen es irreformable. Todos los intentos de crear una nación democrática unida en los términos de la Europa contemporánea han quedado en fracaso por fuerzas reaccionarias que han ido lastrando estos intentos de modernización. Pasó en 1812, pasó en la Gloriosa, pasó en el periodo constituyente del 31, etc… Es imposible. La única manera de romper el ciclo es apelar a la historia, la cultura… para conseguir un futuro mejor, que solo pasa por romper con la identidad político-nacional española, que está podrida hasta la esencia. Creo que todo esto se resume en el diálogo que mantuvieron Pablo Iglesias y Oriol Junqueras en Canal Red, cuando el primero dijo que “por eso era necesario introducir a los independentistas en los aparatos del estado” y el segundo señaló que, aun agradeciendo la invitación, “después de lo que hemos pasado, creo que el estado español es irreformable”. La identidad nacional-política era un tema diferente a la soberanía. Creo que, en buena medida, los resultados electorales que dieron pie al gobierno de coalición son los que condicionaron el proceso constituyente que Podemos tenía en mente. Frente a un PSOE aspirador y capaz de moldear la opinión pública a su antojo, creo que hubo un giro hacia antiguos competidores electorales, como EH Bildu y Esquerra, a fin de hacer posible el cambio democrático que, a su juicio, requiere este país. En el medio lo que conocemos todos: Neurona, niñera, publicación de ecografías, informe PISA, acoso en domicilios particulares… Algún politólogo o politóloga del futuro estudiará esto si por fin conseguimos cambiar el signo de los tiempos, y los casos de lawfare y mediafare quedarán como ejemplo ilustrativo de lo que no hacer para cualquier código deontológico.
Pero (y que este “pero” introduzca no una justificación, sino una crítica política) el tema de la soberanía se dejó de lado. Si bien el independentismo de izquierdas nunca tuvo un papel en los resortes del estado, lo cierto es que el nacionalismo (Especialmente el PNV, quizá el partido más realista en todas las posibles acepciones de la palabra) sí que lo estuvo desde el final de los planes de estabilización. Las autonomías y las diferencias en términos de recaudación impositiva y la imposibilidad de armonizar fiscalmente todo el territorio ha actuado como una auténtica fuerza socavadora de soberanía democrática en todo el estado. Y esto no es un tema catalán y vasco: quizá el ejemplo más claro es la comunidad de Madrid. ¿Por qué Madrid es una autonomía y, por ejemplo, León no? Solo tiene sentido dicha respuesta si se pensaba en términos de acumulación de capital. Si un PP ultraliberal gana elección tras elección en Madrid es porque, al no tener ningún elemento diferenciador que pueda convertirlo en una fuerza nacionalista, apela a un nacionalismo español al tiempo que acusa al ejecutivo de robarles el agua, o reduce los impuestos compitiendo a la baja con el resto de comunidades. Tres cuartos de lo mismo sucede con Vizcaya y Barcelona. El problema de Izquierda Española no es tanto el federalismo, sino la parte de asimétrico. Y esto trae consigo no pocos problemas. Quizá el más grave, y puede que menos evidente a primera vista, es un problema medioambiental. Al tener un territorio tan diferente en términos de desarrollo económico, nos encontramos con megaciudades cuya polución supera con mucho cualquier límite establecido por los organismos internacionales. También en términos de integración y desarrollo social para personas migrantes. Por lo que parece, los “conflictos” en términos culturales son menores o prácticamente inexistentes en pequeños pueblos con diferentes comunidades que en megaciudades que van expulsando a todas las rentas menores (blancas, musulmanas, negras, etc…) hacia una guetificación y una lucha por recursos económicos que siempre se presentan como escasos. Escasos para los expulsados, claro. Ello conlleva a afirmar que no existe tal choque de civilizaciones, como pretende hacer Vox o Junts (y habrá que ver, de aquí a un tiempo, el PNV y también el PP). El problema de la soberanía reside también en preguntarse quien dispone de la legitimidad para hacer también tal cambio en territorio español. De asumirse que el estado español se conforma de varias naciones, y que cada una de ellas tiene el derecho de constituirse en estado, entonces no hay estado español ni España. Entiendo que las decisiones que se tomen en las cortes de Castilla no tienen soberanía sobre el estado vasco, ni este sobre el catalán o el andaluz. Pero, para ello, es necesario construir un proceso constituyente que defina, de forma clara, como se reparte la soberanía del territorio sin que ello excluya a la nación opresora (Castilla) de tal reparto. Dicho de otra forma: bajo la forma actual de las cosas, establecer que en Cataluña y en Euskadi haya un referéndum del que se excluya al resto de la soberanía del estado, supone un prejuicio diferencial que excluye a una buena parte de España a decidir sobre su propia soberanía. Y eso es de todo menos democrático. Nosotros defendemos el centralismo, no el madrileñismo. Sánchez Cedillo ha dicho, en un programa de Canal Red, que este es un experimento madrileño. Y no tiene razón en ello. Izquierda Española (El Jacobino) ha crecido enormemente en territorio interior, donde muchas de las demandas de Podemos (y aquí sí, quizá por ser una fuerza madrileña) no han tenido eco, y no solo por el envejecimiento de la población, sino porque muchos de los que no somos de allí hemos tenido que emigrar dentro del territorio. Lo mismo sucede en buena medida en territorios andaluces, gallegos, cántabros, asturianos… que ven como desde tres centros financieros se está dirigiendo toda la economía del país.
Se cumplen diez años del nacimiento de Podemos. Creo que todos los que nos consideramos de izquierdas siempre vamos a tener que agradecer la aparición del partido, que nos ha abierto los ojos para poder volver a mirar a nuestro país y ver algo más que los ecos de un pasado fascista y brutal. No creo que haya nada más importante que eso para aquellos que estamos interesados en política: el querer a un país (a su gente) y querer cambiar su vida a mejor. Permítame contar una anécdota personal. Unos familiares, en pleno mediafare contra Podemos (no recuerdo si fue en 2021 o 2022), pasaron un video por el grupo de whatsapp de la familia, titulando “¿más paguitas?”, y que mostraba una intervención de Ione Belarra. Hablaba la ministra de la política de la segunda oportunidad, en la que señalaba que “el camino del éxito está lleno de fracasos que la mayoría social de nuestro país no se puede permitir. Podemos está en el gobierno para decir que es tarea de este ejecutivo y que debe ser tarea del estado garantizar que el fracaso no es tirar tu vida a la basura, garantizar que vivir una vida digna no es una sola oportunidad”. Sé que lo que ha vivido el partido durante estos años es criminal, o debería serlo, pero quiero deciros a todos, todas y todes que el objetivo de Izquierda Española es el mismo que en su momento me emocionó de la ministra.
Joder… Podemos ha sido lo peor que ha pasado en toda la historia de la izquierda española.
D
Querían «asaltar los cielos», cuando en realidad lo que querían era asaltar las moquetas, los canapés y los carguitos, en especial la ministra Montero. Una trepa inútil que su mayor mérito fue ser «pareja de».
Lo de la ley del «sí es sí» es indefendible. Lo del «lenguaje inclusivo», una estupidez para entontecer al personal.
Desde Valladolid no has podido ver realmente lo que vivimos en Barcelona en 2017.
Y no, España no es plurinacional, por mucho que tus amigos podemitas lo deseen.
Si Izquierda Española va a ser un Podemos 3.0, que no cuenten conmigo.
Hola Juan Francisco
Se trata de un artículo biográfico, por así decir. Cuento un poco la experiencia que supuso para algunos en la España interior el nacimiento de Podemos. Si escribo esto, es porque soy afiliado de Izquierda Española. El artículo pretende ser una crítica al silencio de Podemos ante las realidades de la llamada «España Vaciada», realidad producida precisamente por una desterritorialización fiscal y administrativa que favorece la acumulación de capital y, por tanto, desigualdad entre ciudadanos de una misma comunidad política. Izquierda Española no pretende ser un Podemos 3.0 (ya casi sería un 4.0), eso te lo puedo garantizar. En cuanto a Irene Montero, mi posición seguirá siendo muy criticada en el partido, pero agradezco la oportunidad de expresarla. En lo relativo a las «cuestiones culturales», hay disparidad de opiniones, pero los principios no se negocian: centralismo, república, igualdad de todos los ciudadanos y unidad de España.