Adrià Pardo Llibrer |
Cuestiones sociales, cuestiones lingüísticas
El asunto del lenguaje inclusivo va ganando terreno en el opinódromo nacional y, para variar, las pasiones se desatan. Cambios ortográficos (la amputación de la tilde en sólo) o incorporaciones al diccionario (almóndiga parece indignar especialmente a mucho académico de Netflix) encienden debates que tienen más de rabieta por memorizar nuevas reglas que de verdadera preocupación por la degeneración del idioma. Son muchos los que zanjan el tema del lenguaje inclusivo acudiendo al concepto de patada al diccionario, como si el patear el diccionario fuera malo per se (sirvan los hunos y los hotros de Unamuno como contraejemplo); la actitud contraria, entusiasta de cualquier nomenclatura calificada de inclusiva (o visibilizadora, o transformativa…), es igualmente acrítica. En realidad, poco tienen que ver los caprichos ortográficos con el lenguaje inclusivo: los primeros son convenciones, reguladas por la Academia en virtud de la norma real de los hablantes; lo segundo, el lenguaje inclusivo, también genera controversia social, pero su carácter polémico tiene otras motivaciones. Los cambios en la normativa indignan por cuestiones de prestigio (¡por fin entiendo cuándo usar este y cuándo éste y ahora lo cambian?), los cambios propuestos para un español inclusivo indignan por su ininteligibilidad. Planteémonos, entonces, por qué ciertos rasgos que atribuimos al lenguaje inclusivo se revelan –ideologías aparte– como lingüísticamente inviables.
Perderse en el significante
Toda lengua, grosso modo, toca dos planos: un plano con contenidos –significados– y otro con formas –significantes– para expresar esos contenidos. Por ejemplo, la palabra “mano” tiene una forma, compuesta por los sonidos m-a-n-o, que abarca varios significados (‘parte final del brazo’, ‘capa de pintura’, ‘destreza’…). La relación entre estos significados y el significante “mano” es absolutamente arbitraria. Las formas, claro está, pueden darnos pistas sobre los contenidos, como hace el morfema de número plural (m-a-n-o–s), pero ni siquiera en todas las palabras (lunes/virus/hipótesis… son invariables en plural y singular). Luego, lo que una palabra significa casi nunca se corresponde con una única forma y, si esto vale para el número, también vale para el género gramatical. Si un atracador grita ¡Todos al suelo!, alude a todos los rehenes del banco, varones y mujeres. La réplica a esta obviedad es conocida. El español contendría formas de expresión genéricamente masculinas fruto de una Historia androcéntrica… pero, aunque esta fuera la causa, ello no implicaría sexismo alguno en el idioma actual (búsquese la etimología de Andrea, a ver cuántas Andreas se sienten identificadas). Como pasa con mano, hay más de un significado para todos. Al menos, dos: todos = ‘todo varón’ y todos = ‘toda persona’. El primero se opone al significado ‘toda mujer’, el segundo anula distinciones sexuales o, como decimos los lingüistas, neutraliza la oposición. Este significado –digamos– ‘neutro’ de la forma “todos” no es ninguna abstracción erudita, sino un hecho observable, en la medida en que las mujeres del banco se saben también rehenes del atracador. Así, llamamos masculino genérico a lo que podría llamarse masculino inclusivo: todos puede designar a varones frente a mujeres, pero también incluir ambos sexos, haciendo de “todos” una forma tan arbitraria como cualquier otra que queramos inventar, con la salvedad de que todos –guste o no– es la que funciona en español.
Desdoblando que es gerundio
Aunque la RAE emitió un informe desfavorable al respecto, expresiones del tipo Los ciudadanos y ciudadanas aún colean en ámbitos de relativa influencia, junto a otras ocurrencias anómalas –matria, empoderamiento…– entre las que destaca todes. La estrategia retórica es evidente: captar el voto de colectivos partidarios de una morfología alternativa al desarrollo histórico del español, pero que refleje sus subjetividades. Hasta aquí, nada raro. Toda camarilla, a izquierda y derecha, bosqueja su universo discursivo, pero una cosa es la lengua, como sistema de significados y formas, y otra la retórica que construyamos con ella. Una retórica del desdoblamiento que conviene revisar.
Todos, todas, ¿todes?
La primera posibilidad es el desdoblamiento clásico: Todos y todas los ciudadanos y las ciudadanas estamos concienciados y concienciadas… Son redundancias engorrosas, si no pedantes, ya que presuponen un hablante desconocedor de su propio sistema lingüístico. El hablante tiene la certeza de que todos designa a ambos sexos y, como mucho, asumirá este desdoblamiento como una fórmula de tratamiento (¡Damas y caballeros!). Una opción descabellada –empeora la expresión sin mejorar el contenido– pero posible con las formas del idioma. Otra opción sería una suerte de femenino genérico. Decir ¡Hola a todas! en un contexto con personas de ambos sexos es incorrecto (todas siempre significa ‘toda mujer’, por oposición a ‘todo varón’) pero, como innovación lingüística, es una posibilidad –poco probable– del sistema. Lo que no es poco probable, sino imposible, es el caso de todes. La introducción ad hoc de un tercer significado trastocaría de la noche a la mañana la estructura del idioma. Si todes designa a personas no binarias, ¿qué término incluiría a personas tanto binarias como no binarias? Es decir, ¿qué forma neutralizaría la oposición todos/todas/todes?, ¿o acaso todes significaría, además de ‘no-binario’, ‘neutro’, como ya ocurre con todos? La elección de la terminación –e tampoco resulta muy acertada: ya existe en el sistema y significa –¡ojo!– género masculino, aunque solo en plurales (barceloneses/barcelonesas), lo cual exigiría nuevas invenciones a otros problemas sobrevenidos (como no somos españolos, ¿cabría decir españoles/españolas/españolis?).
Ni lenguaje, ni inclusivo
Nuestra crítica es, en definitiva, de índole gramatical. El denominado lenguaje inclusivo no propugna un lenguaje en sentido amplio, pues no tiene alcance universal; simplemente altera partes de la lengua española, sin éxito ni repercusión política. Tampoco sería, en términos semánticos, estrictamente inclusivo: las diferentes versiones o no incluyen (todos y todas) o, irónicamente, más bien excluirían (todas). Incluso aceptando todes, al sistema le bastaría con todos y todes, confirmando ese lazo arbitrario entre las palabras en masculino genérico y los individuos por ellas designados y, de nuevo, nos sobraríamos con todos… El lenguaje –el raciocinio, la ideas, la interacción con los demás…– es maleable, pero la lengua nos viene dada y es la única plataforma posible para que un nuevo lenguaje intervenga en el mundo.
Adrià Pardo Llibrer
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