Javier Marín | La Conciencia de Clase es un concepto marxista del que ya apenas se habla.
Define la capacidad de los individuos que conforman una clase social, de ser consciente de las relaciones sociales antagónicas, ya sea económicas, políticas o sociales, que existen y mueven a una sociedad, y actuar de acuerdo con ellas, para el beneficio de tus propios intereses de clase.
Los mayores teóricos de la necesidad de tomar conciencia de clase y conciencia nacional, por este orden, fueron Karl Marx; V. I. I. Lenin, Rosa de Luxemburgo y Antonio Gramsci.
Marx hizo una distinción entre clase en sí y clase para sí. La primera se refiere
a la existencia de una clase como tal y la segunda a los individuos que conforman dicha
clase, en tanto que conscientes de su posición y situación histórica.
Tienen conciencia de clase los trabajadores que, habiendo reflexionado profundamente sobre el funcionamiento del sistema capitalista y de las relaciones antagónicas que se provoca entre las 2 clases principales: explotadores y explotados, reaccionan tomando conciencia y organizándose en un partido de clase, para luchar por una sociedad distinta. Más libre, más justa y más igualitaria.
Los mayores enemigos de este término, son la burguesía capitalista, en tanto que la clase obrera organizada en partidos y sindicatos, amenaza la continuidad de su explotación. La derecha política niega, porqué teme, el concepto marxista de lucha de clases.
Para poder sentir e interiorizar la conciencia de clase, es imprescindible nacer, sufrir, pertenecer y surgir de la propia clase obrera.
Yo soy hijo de padres muy humildes: un tranviario de Barcelona y de una ama de casa. He trabajado en fábricas del metal, desde los 13 hasta los 27 años durante la Dictadura, y eso me marcó profundamente para toda la vida. Desde entonces, hasta hace bien poco, he trabajado como funcionario público, pero nunca he perdido esa conciencia social.
Los trabajadores por cuenta ajena, somos el 90 % de la sociedad. Somos la clase mayoritaria, la que menor representación tiene en las instituciones políticas, y por ello, la que menos se beneficia del sistema capitalista. En el mejor de los casos, si tenemos un trabajo medio decente, se nos permite subsistir y reproducir la especie, para que nunca les falte mano de obra barata.
Cosa distinta es la Conciencia Nacional o sentido de pertenencia a una comunidad política, a una nación.
Pero pongamos blanco sobre negro. Las naciones están compuestas por 3 elementos inseparables: Territorio, Población y Soberanía. Si falta uno de ellos, deja de ser una nación, por más que algunos se empeñen en “sentirse” nacionalistas del cantón de Cartagena… Por lo tanto, Cataluña y Euzkadi NO son naciones, en sentido estricto del concepto jurídico-político internacional.
Sí se puede ser ciudadano de una nación y no haber desarrollado nunca un sentimiento o conciencia nacional. Las abuelas solían decir: “Uno nace donde pace” es decir, uno es de donde come, importándole poco el color de la bandera.
La conciencia nacional es un constructor social, que acaba desarrollando un sentimiento de pertenencia nacional, siempre que esa entidad política y territorial te permita desarrollar unas condiciones de vida dignas (Primum vivere, deinde philosophare).
¿Es bueno tener conciencia nacional? ¿Tiene relación con la conciencia de clase?
Yo creo que sí y que son inseparables. La conciencia de clase te lleva a organizarte en un partido de clase, pero para actuar políticamente, necesitas ceñirte a un ámbito territorial determinado, el del estado-nación.
La conciencia nacional y de clase suelen ir unidas a una representación iconográfica y cuasi litúrgica: Bandera, himno y escudo.
Desde la izquierda nos planteamos con frecuencia ¿qué bandera podría
cohesionar mejor a la clase trabajadora española: la Rojigualda o la tricolor?
Por relativizar; la bandera, cualquier bandera, objetivamente es un trapo, que no tiene más valor que el que cada uno quiera darle. Igual puede decirse del escudo, del himno y del resto de liturgias que acompañan a lo que llaman sentido patrio.
Yo soy de los que crecieron políticamente al son de aquella canción que decía “Dicen que la patria es, un fusil y una bandera, la patria son mis hermanos que están labrando la tierra” (canción del soldado del 6o regimiento).
En España, los de mi generación que luchamos contra el fascismo, sufrimos un trauma psicológico con la Rojigualda. Era la bandera del enemigo. La bandera que presidía la sala donde nos torturaban en Vía Layetana. La nuestra era la Roja o la Tricolor, por la que nos estábamos jugando la vida.
Eso ha desarrollado en la izquierda un sentimiento irracional, como la mayoría de sentimientos, que hace que cuando sentimos el himno de Riego y ondea la Tricolor; o cuando ondea la bandera Roja y cantamos la Internacional; se nos haga un nudo en la garganta y nos aflore liquido acuoso a los ojos.
Es decir, en el terreno de los sentimientos, cada uno de nosotros somos hijos del contexto político y relacional en el que nos educamos, por eso los de izquierdas, por lo menos lo de la izquierda histórica, nunca hemos sido proclives a participar en los actos del 12 de Octubre.
Pero llegará el momento en que tengamos que ser pragmáticos: Si en algún momento somos capaces de alcanzar un acuerdo para ajustar el traje constitucional de una democracia con 43 años, que ya ha engordado y a la que ya le tiran y crujen todas las costuras. Es decir, si llegamos al acuerdo de reformar la Constitución Española, para adecuar el régimen jurídico-político a la realidad actual, y en esa discusión surge el tema litúrgico de la bandera, el himno, el escudo y otras zarandajas imprescindibles para la organización de los protocolos políticos, yo no sería dogmático. Lo mejor es que no fuera ni la de los vencedores de la Guerra Civil, ni la de los vencidos.
Javier Marín
Muy buen articulo Xavie, discrepo con lo de las banderas y el12 de octubre, si pensamos que los que arriesgaron el pellejo eran de la clase más humilde y que la rojigualda se apropiaron espuriamente de ella, debemos rescatar para el pueblo ambos simbolos
Como ya apunté en el artículo, no me preocupa ni ocupa intelectualmente el color del futuro trapo. Estoy centrado en mejorar la calidad de nuestra democracia política y sobretodo de nuestra democracia económica, cada vez más escuálida.
Craso error. Bandera de los vencedores y bandera de los vencidos. Como si no hubiera habido nada antes. Sin una Historia compartida, de siglos, con sus luces y sus sombras, cualquier empeño nos llevará siempre al mismo callejón sin salida. Y para eso hace falta mucha educación e instrucción pública, y eso lo seguimos obviando. O empeorando a marchas forzadas.
¿Por qué no una mezcla de ambas? A la bandera oficial cambiarle una franja roja por una morada. O sea, franja roja, doble franja amarilla, franja morada. Con el escudo actual, cambiando, o sin cambiar, algún símbolo borbónico. Quedaría una bandera bien bonita que integraría «las dos Españas».