Óscar Cerezal Orellana | El otro día mientras escribía una redacción con mi hija pequeña de “Science” -ese modelo bilingüe de dar clase de tal forma que los niños ni aprenden inglés de verdad ni ciencias- empezamos a hablar del agua y sus estados. Y me vino a la cabeza que el gaseoso es el estado que mejor define la realidad del pensamiento político mayoritario y por ende de la gestión que se hace de nuestras instituciones y administraciones.
Muchas veces se nos vende como algo moderno y profesional que la política esté supuestamente en manos de especialistas de la comunicación quienes al albor de sus estrategias de mercado y sus análisis sociológico desvirtúan los proyectos, programas e ideologías para convertir a partidos y políticos en maquinas “infalibles” de ganar votos y modular voluntades. Pero todo esto es una gran falsedad. Y lo digo con el conocimiento de causa que me dan muchos años en las instituciones viendo a estos “rasputines” de tres al cuarto siendo la mejor coartada de sus jefes, políticos de profesión –que no siempre de vocación-, para ocultar que tras su fondo y forma de gestionar no hay más que un pensamiento gaseoso -por no decir inexistente- que acompañan a veces de muchas incapacidades no detectadas en los “másteres del universo” de que presumen y en una total ausencia de ideología o valores que les permite navegar sin problemas y sin contradicciones por encima de unas responsabilidades tan complejas como cambiante es la realidad.
Nuestro presidente Sánchez es un buen ejemplo de ello con sus diferentes capas que hemos ido pudiendo ver durante todos estos años: el prometedor maletilla -de llevar el maletín y quien sabe si el estoque de otros- de corte tecnocrático y protoliberal de sus comienzos; el candidato pantalla del aparato socialista para evitar un cambio madinista en el PSOE, posando cual Patton hispano delante de una imponente replica de la bandera de Colón; el rebelde y sorprendente izquierdista que recorrió España levantando el puño al grito de No es no para vencer a sus antiguos padrinos; el insomne que se olvidó de cantar La Internacional recién aprendida para vendernos de nuevo que el era el “kenediano” freno a los populistas podemitas, batasunos irredentos y nacionalistas egoístas pactando incluso con Rivera -otro ejemplo de manual- un gobierno centrado para luego ser no solo Presidente sino aliado y adalid de la concordia y el reencuentro con populistas, irredentos y egoístas o… así podría seguir horas y horas, tantas como charletas insustanciales y autocomplacientes hemos tenido y tendremos que oírle.
Pero no pretendía, aunque lo parezca, hacer un pliego de descargo sobre/contra Sánchez o el sanchismo, Dios me libre de tamaña osadía, sino una reflexión en voz alta que va más allá.
Si gente así –y de estos los hay lamentablemente a patadas en todas las banderías y direcciones- llegan alto no es porque sean más listos que el resto o estén en el lugar oportuno sino porque su falta de escrúpulos y su postureo adaptado a la moda mediática del momento está a la altura de la nula capacidad crítica de una mayoría social que se ha acomodado a esta forma de entender la cosa pública y que se traga una receta o la contraria sin cuestionarse que la nueva no se parece en nada a la panacea que le vendieron ayer. De ahí que crea que al margen de la posibilidad o no a corto o medio plazo de generar alternativas políticas a lo existente hay que dar urgentemente la batalla cultural para ir modificando ese estado de pensamiento gaseoso colectivo que el sistema liberal utiliza para camuflar sus injusticias, sus privilegios y recortes y hacernos creer que vivimos en un mundo de piruletas.
Y en eso estoy. Estamos. Más de los que parece y se esperan. Aquí y en muchos sitios.
Óscar Cerezal Orellana
- De pensamientos gaseosos - 02/10/2021