El hecho fisiológico de la gestación parece ser la clave de bóveda del discurso ético acerca de los diversos métodos utilizados en la reproducción asistida humana. Sobre este asunto recaen todas las polémicas, los discursos más grandilocuentes, las palabras más altisonantes. Entre los detractores se utilizan expresiones como “compra de hijos” o “violencia y explotación de la mujer”. En el diario Público habla Irantzu Varela de “… explotación machista, capitalista, racista y colonial”. Por su parte, Cristina Casabón en el diario ABC, opina sobre “… un mercado que no trafica solo con la ética del cuerpo de la mujer sino también con seres humanos”.
Siendo un asunto de extraordinaria complejidad ética, en el que cada uno de nosotros va a juzgar ineludiblemente a partir de sus propios sesgos educativos y vitales, quizá convendría poner el foco sobre otras facetas menos “macroscópicas” (la gestación y el parto) y más germinales del asunto. También sería más recomendable, siempre lo es, huir de lo estentóreo y procurar un análisis pausado y cabal. Hagamos algunas consideraciones:
La inseminación artificial a partir de un donante conocido o desconocido, ¿es una “compra de hijo”? Hay toda una transacción económica ligada a ello. Desde el posible cobro por parte de los donantes (óvulo y/o espermatozoide) hasta las abultadas tarifas a satisfacer a las clínicas especializadas. Intuitivamente yo respondo que no a esta pregunta, pero no olvidemos nuestros propios sesgos éticos. Hay personas con otra formación, otra trayectoria vital, otras influencias éticas o una experiencia vital cercana a lo religioso, que pueden ver esta técnica de reproducción como algo rechazable y aberrante.
Esto opina la iglesia católica en su documento Dignitas personae respecto de la inseminación con semen de un hombre ajeno a la pareja de hombre y mujer que pretende tener un hijo: “… A la luz de este criterio hay que excluir todas las técnicas de fecundación artificial heteróloga …». En cuanto a la inseminación artificial con semen del miembro masculino de una pareja dice que “La inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede admitir, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya al acto conyugal, …». Por su parte, el islam suele aceptar las técnicas de inseminación artificial homóloga, pero considera adulterio la inseminación heteróloga y por tanto la prohíbe. En general, los rabinos judíos también optan por esta última recomendación. Budistas por su parte también se manifiestan mayoritariamente en contra de estas técnicas. Sólo estas religiones agrupan bajo su influencia del orden del 70% de la humanidad. ¿Acaso deberíamos tomar en consideración esa visión ética y prohibir en nuestra la legislación la inseminación artificial? No, claro que no, digo yo.
Sin embargo, en el caso de la participación como gestante de una mujer ajena a las personas interesadas en ese hijo, sí entran con fuerza los argumentos contrarios, generalmente con aspavientos y rasgarse de vestiduras.
Veamos algunos casos posibles:
-Un hombre y una mujer deciden tener un hijo, pero el útero de ella no es funcional. Deciden utilizar sus propios gametos para mediante fertilización in vitro implantar el embrión en el útero de otra mujer y llegan a un acuerdo económico con ella.
-El mismo caso anterior pero la receptora, de modo altruista, acepta ser la gestante (puede tratarse de una amiga o familiar de los implicados).
-Un hombre que desea ser padre llega a un acuerdo económico con una mujer, se casa con ella y tienen un hijo de forma natural, sin utilizar técnicas de reproducción asistida.
-Una mujer se casa con otra mujer por razones económicas. A instancias de la que tiene mayor nivel económico, tienen un hijo mediante técnicas de reproducción asistida, siendo la gestante la primera de ellas.
¿Se pueden considerar los casos anteriores “alquiler de vientres”, «compra de hijos”?
¿Acaso compran niños quienes viajan a Rusia o a China para adoptar un bebé? Hay implicada una transacción económica muy elevada asociada a ello.
…
Hay otro aspecto de la cuestión que no quiero dejar de señalar. La polémica, el escándalo incluso, sólo aparece cuando se trata del cuerpo de la mujer como receptor del embrión. Se habla despectivamente de incubadora humana o vientre de alquiler. Sin embargo, nada se dice del donante de esperma. Entrando en esa línea de argumentación, podríamos también hablar despectivamente del donante como verraco humano o garañón. No me es difícil apreciar una actitud paternalista trasnochada en ese trato diferencial tan escrupuloso para con el cuerpo de la mujer. Me llega el rancio aroma eclesial: “…dando honor a la mujer como a vaso más frágil…” dice Pedro en la Biblia refiriéndose al trato que el esposo debe dar a la esposa.
Mucho me temo que hay una desmedida contaminación doctrinaria en el asunto de la reproducción asistida en general, no sólo en cuanto a la gestación subrogada. Vuelve el tufillo del pecado (no en vano fui educado en un colegio de curas) en cuanto se ponen sobre la mesa la genitalidad, la sexualidad, lo genésico. Seguimos sin ser capaces como sociedad de tratar estos asuntos con la misma distancia o cercanía que tratamos los asuntos relativos a otras partes de nuestro cuerpo. ¿Alquilamos nuestros brazos cuando picamos en las minas, nuestras piernas cuando cobramos por jugar al fútbol, nuestro cerebro cuando escribimos un artículo en un periódico? Si lo anterior se trata de un alquiler, ¿es censurable que lo hagamos? Somos incapaces de quitarnos de encima 2000 años de moral judeocristiana en cuanto empezamos a hablar de nuestros órganos reproductores.
¿No es una gran contradicción propugnar el dominio exclusivo del propio cuerpo y después entrar a legislar sobre qué podemos hacer con él? Se utiliza como argumento la habitual precariedad de las mujeres que se prestan a participar como gestantes, pero no se ofrece ninguna alternativa económica que pudiera mejorar su capacidad de decisión. Mejorar su capacidad de decisión, no imponerles una elección basada en la ética de los dirigentes políticos de cada momento.
Como en tantos otros temas polémicos, en el fondo del asunto, además de la componente moralizante, se encuentra la falta de igualdad de oportunidades, de distribución de la riqueza, de oportunidades educativas.
Hagámonos ciudadanos libres y ejerzamos la libertad.
- La izquierda traicionada, un libro de «derrota»(*) - 25/12/2023
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Lamentablemente un artículo que no da una. No me alargaré y reduciré el asunto a una pregunta: ¿Gestarán la mujeres del barrio de Salamanca los hijos de las mujeres del barrio de Vallecas? Ni ética ni socialmente se puede apoyar la gestación subrogada o vientres de alquiler. La Izquierda esto lo tiene claro.
La principal victoria de los partidarios de los «vientres de alquiler» es haber colocado como titular del debate la expresión «gestación subrogada». De esta manera dulcifican un acto que no es más que un mercantilismo más sobre el ser humano, en la línea del tráfico de órganos. Es como si a esto último lo llamáramos «transacción de elementos biológicos o vitales». O como si al tráfico de drogas lo llamamos «mercado de productos estimulantes».
Vientres de alquiler.
Compra de niños.
Granjas de mujeres.
Así no suena tan bien, no?
Será quizás que sacarse semen no tiene las mismas consecuencias que gestar un bebé, ni físicas ni psicológicas. Quizás desde su punto de vista las psicológicas le importen muy poco ya que entre una “paja” y llevar un bebé nueve meses para usted no exista diferencia. Pero en las físicas sí que las hay ya que cada embarazo produce una serie de consecuencias en el cuerpo de la mujer para mal, algo que no ocurre cada vez que usted se limita a sacarse el semen. ¿Regularán adecuadamente estos aspectos como enfermedad profesional o lo dejarán bajo la cosa de la “libre elección” de profesión y que se aguante la pobre por ser pobre?
Esperaba un poquito más de profundidad en este artículo ya que el problema no es solamente moral. Quizás no se haya parado a escuchar a las mujeres que están en contra de la explotación reproductiva y como de costumbre viene a decirnos qué debemos pensar respecto a convertirnos en un input del proceso productivo