Tras el resultado de las pasadas elecciones gallegas, la perspectiva de un gobierno autonómico dirigido por separatistas tendrá que esperar unos años más. Por numerosas y graves que sean nuestras críticas hacia el PP en la región —por ejemplo, por la descentralización asimétrica y competitiva, la política lingüística en perjuicio del idioma común o el lamentable estado de los servicios públicos—, mantener alejado del poder al Bloque Nacionalista Galego no es un asunto menor, vista la situación en otras comunidades autónomas. Pero el Bloque cuenta con un importante obstáculo, y es la movilidad nacional derivada de la potente emigración gallega, ocurrida desde antaño hasta nuestros días. Sirva de ejemplo una experiencia familiar.
Hace medio siglo, mi abuela materna se fue de su aldea en la provincia de Pontevedra para ir a trabajar a Suiza. Fue una más entre tantos españoles que se marcharon de su hogar buscando un futuro mejor, muchas veces casi con lo puesto y dejando atrás a sus seres queridos hasta poder reunirlos en condiciones dignas. Allí conoció al que acabó siendo su marido, mi abuelo, y tras años de gran esfuerzo pudieron regresar a España, comprar un piso y volver a empezar con mayor estabilidad de la que tenían cuando emigraron. Fueron a parar a la ciudad de Granada —provincia natal de él—, a uno de esos nuevos barrios obreros construidos durante el desarrollismo, y aprovecharon los veranos para volver a su casa de la aldea. Sus hijos tardaron poco en desperdigarse, quedando la familia aún más repartida entre ambas provincias. Desde entonces, los viajes de unos y otros —llegando hasta nosotros, los nietos— han sido continuos.
En una de esas estancias en Pontevedra, hablando con un pariente, me comentó con toda la naturalidad del mundo que deseaba una «Galicia libre». En ese momento no caí en preguntarle si de quien quería librarse era de mí. Cuando pude recobrar la compostura, quise saber si era consciente de que esa separación del resto de España tendría como primera consecuencia una familia —la nuestra— dividida por fronteras. Reducir nuestra casa común, el territorio donde no estamos abandonados a nuestra suerte, no le suponía teóricamente ningún problema. ¿Qué más da si los abuelos, sus hijos y sus nietos necesitan a partir de ahora permisos especiales para residir, trabajar o estudiar? ¿Qué importa si no tienen derecho a unos servicios públicos en igualdad de condiciones, o si no pueden optar a los mismos empleos? ¿Para qué votar juntos y contribuir mano a mano al sostenimiento del Estado? Todas estas cuestiones no eran nada comparadas con esa idea metafísica de libertad para un supuesto pueblo oprimido durante siglos.
Más allá de lo anecdótico, el BNG reconoce abiertamente en su ‘Carta de principios políticos’ que busca convertir Galicia en un «Estado soberano». Los separatistas saben que la movilidad de los ciudadanos por todo el país es fundamental para garantizar la cohesión, y por eso la combaten con todas sus fuerzas mediante barreras lingüísticas. Lo que sorprende es la ingenua complicidad de los no separatistas. En cualquier caso, de la relevancia de la movilidad nacional podemos dar cuenta en mi familia, pues salvo dicho pariente, pontevedreses y granadinos queremos seguir llevando en la cartera esa tarjeta que nos identifica como iguales de una punta a otra de España, independientemente del lugar de nacimiento. Queremos compartir mucho más que los apellidos, y sobre todo no ser una familia de extranjeros. Para triunfar, el Bloque debe saltar el obstáculo que representan los propios gallegos y sus descendientes. Tal es la importancia política de los vínculos formados por el parentesco y la convivencia —o el connubium y el convivium, como diría Pedro Insua—.
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“Libertad, para qué?”, como le contestó Lenin a Fernando de los Rios. La libertad del territorio o la de los ciudadanos? La del territorio sólo favorece a las élites propietarias de los medios de producción dado que impide la movilidad de los ciudadanos. La libertad de los ciudadanos empieza con la eliminación de fronteras: fronteras políticas, fronteras económicas y fronteras lingüísticas principalmente.