Alberto González | La historia política española actual nace con el último cisma social, que traumatizó profundamente a la sociedad española: el intento secesionista de los independentistas catalanes. Este acontecimiento aupó un “nuevo” movimiento político que no tiene nada de nuevo: el clásico neoliberalismo conservador con un discurso más rupturista, no por ideas o propuestas más rupturistas, sino adaptado a una época de ruptura social. Un marketing político que les ha hecho ascender en las encuestas, ganar apoyo social y poner de moda en España la estética de la alt-right americana entre los jóvenes, en especial en las redes sociales.
Frente a este fenómeno, nos encontramos a una “extrema” izquierda que llegó al establishment en el segundo gobierno de Sánchez, en 2020, con una estrategia que Pablo Iglesias inauguró oficialmente con su famosa alerta antifascista tras las elecciones autonómicas andaluzas. Una estrategia desesperada que deja patente un estancamiento en el limitado discurso que ofrece la izquierda identitaria de Malasaña; que se basa en la mentira y en el ascenso de una fuerza política que les adelanta por la derecha en su progresiva desacreditación como “alternativa” o “cambio” institucional, desacreditación puesta de manifiesto con su ascenso al gobierno y su fracaso como potencia transformadora.
Pablo Iglesias conoce la ideología fascista y sabe que no encaja en el ideario de Vox. No obstante, es el último revulsivo de un partido o, más bien, de toda una izquierda (la hegemónica) en un proceso de desaparición que ha quedado patente en las elecciones autonómicas de Galicia y País Vasco. Ese revulsivo se llama política del miedo.
Pablo Iglesias puso de moda esta forma de hacer política, ya que la contagió tanto a sus aliados del PSOE como a sus enemigos de Vox y el PP, aunque a la inversa. La política del miedo es esa que consiste en poner una lupa sobre eventos irrelevantes para crear una ficción del ascenso del fascismo en el caso de los primeros y del comunismo en el caso de los segundos. La realidad es que ninguna de estas ideologías son hoy protagonistas en el panorama político español y ambas están siendo sobrerrepresentadas en los medios pese a su insignificancia real.
Y es que esto es un problema en cuanto la gente asimila estos discursos, sin un pensamiento crítico que les saque de la eterna dicotomía de la política española: las izquierdas y las derechas. Las mismas que se han visto obligadas a recurrir a los términos despectivos de hace 90 años para infundir miedos irreales de fantasmas que hace tiempo dejaron de existir y no hay indicios reales del resurgimiento de estos, ya que no concurren más que unos pocos grupúsculos de unos y de otros de un tamaño ridículo que, de vez en cuando, hacen ruido en las redes sociales, más por mérito de sus detractores y, sobre todo, de políticos y medios de comunicación, que de ellos mismos.
Y es que el marketing político en el juego democrático funciona así. Es fácil y efectivo apelar al aspecto más irracional del pueblo (el miedo), creando una necesidad que ellos mismos se ofrecen para resolver, una ficción que entra en lo más hondo del corazón de una sociedad dividida desde hace casi un siglo, a la que durante 40 años se la vendió que existían vencedores y vencidos irreconciliables, para la que los apelativos “comunistas” y “fascistas” no pertenecen solo al ámbito de la política, sino al de los fusilados, las cunetas, los paseos, la represión.
Los políticos son bien conocedores de esto y, cuando el Régimen del 78 se tambalea desde sus cimientos, los que quieren conservarlo recurren al miedo. Esto tiene consecuencias realmente graves, porque una sociedad dividida por intereses partidistas no puede conseguir ningún cambio. Pantomimas por eventos puntuales absolutamente irrelevantes como la del Valle de los Caídos, la manifestación de Chueca, una pancarta de Stalin o los menas de San Blas causan más indignación y atención mediática que la precariedad laboral, la falta de soberanía popular, la corrupción política sistemática o el precio de la luz y los alquileres. Los primeros sucesos son irrelevantes, los segundos condicionan la vida de la gente y una sociedad lobotomizada por el miedo solo prestará atención a los sucesos que los medios y los políticos promocionen porque tengan tinte rojo o azul.
Alberto González
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