Guillermo Ferrer | Paren maquinas. ¿Un periódico de izquierdas defendiendo a Juan Roig? ¿Es que esta gente también se ha vuelto de derechas de pronto? Ya tardaban…
Tranquilo, querido lector. Quien escribe estas líneas no se ha vuelto de repente un fanático liberal, ni tampoco va a contarles que el dueño de Mercadona sea poco menos que la santidad encarnada. Pero como tampoco está en el extremo contrario y parte de la base de que el tejido empresarial productivo del país es algo necesario, y en líneas generales positivo me gustaría hacer una reflexión sobre cuál es el problema acuciante que debería estar abordando la izquierda en este ámbito.
Seamos realistas: Cuando uno es de izquierda, caer en la tentación de criticar a Mercadona, a Amancio Ortega, o al Corte Ingles es muy fácil. Son las empresas más conocidas del país. Sus dueños ganan millones, y es fácil ponerlas como ejemplo de todo aquello contra lo que la izquierda debería luchar. Pero yo, querido lector, creo que no es así.
Y creo que no es así, porque hoy existe un peligro mucho mayor en el que esas empresas deben de ser aliados y no enemigos. Si uno examina desde una perspectiva de izquierda la trayectoria empresarial de Amancio Ortega, de Juan Roig, de la familia Álvarez de El Corte Inglés, o de otras tantas es evidente que encontrara muchos motivos para quejarse. Desde el eterno conflicto por las condiciones laborales hasta la deslocalización de alguna de estas empresas a países con unas condiciones penosas, pasando por los impuestos que deberían de pagar. Todas ellas quejas y luchas válidas.
Ahora bien: Hay algo que nadie puede negar. Quienes dirigen esas empresas quieren que estas sigan ahí. No solo hoy. Ni mañana. Ni dentro de cinco años. Estos empresarios quieren que esas empresas sigan ahí para siempre. A este tipo de empresarios y sus empresas son lo que, a falta de otro nombre (y reconozco que no sé si es mío o lo he oído antes) yo le llamo “capitalismo productivo”.
Este tipo de capitalismo se caracteriza por “hacer cosas”. Esas empresas están ahí para fabricar algo, o para ofrecer algún servicio. Y sus dueños quieren que esas empresas sigan haciéndolo, hoy, mañana, y dentro de 20 años. Por supuesto ganando dinero a cambio. En realidad, no es más que el capitalismo clásico de toda la vida.
Pero frente a este capitalismo, ha surgido desde hace unos años un nuevo capitalismo. O al menos, si no “surgir” ganado un protagonismo global que nunca había tenido antes: El “capitalismo rentista”. Y es este “capitalismo rentista” del que apenas hablan en serio unos pocos medios en la izquierda (se me ocurre Esteban Hernández en “el confidencial”, y no muchos más) el que es EL problema, y contra quienes habría que aliarse.
Creo que todo el mundo intuye de lo que hablamos cuando decimos “rentista”, pero no todo el mundo centra el tiro bien. Y eso no pasa por atacar a las personas que alquilan 3 o 4 pisos para sacarse un sueldo… Así que vayamos a lo importante.
Desde la segunda guerra mundial hasta ahora habíamos llegado a una cierta convivencia entre los trabajadores e el empresariado tradicional: el empresario invertía su dinero, creaba una empresa y esta empresa producía algo. Bienes o servicios. El trabajador, por supuesto aportaba su trabajo. Y con sus más o sus menos, habíamos llegado a un cierto equilibrio entre que el empresario se llevase un beneficio por apostar su capital (porque si la empresa iba mal y cerraba, las perdidas eran para él) y que los trabajadores recibiesen un sueldo más o menos justo por su trabajo, y tuviese una serie de derechos laborales.
Este equilibrio no ha sido nunca perfecto, desde luego. Y es trabajo de la izquierda pelear para que el trabajador se vea beneficiado.
Pero frente a ese tipo de empresariado, en la última época ha surgido otro. Un empresariado consistente no en jugarse el dinero propio, sino en simplemente gestionar el de otros, para obtener rentabilidad. Esto ha existido siempre. Lo que he descrito no deja de ajustarse a algo tan antiguo como la bolsa, pero lo que es relativamente nuevo es que esos gestores manejen tantísimo dinero como hacen ahora, además desde otros países, rompiendo cualquier vinculación del empresariado con su país y además buscando rentabilidad a cortísimo plazo.
Así, hoy en día no es raro que llegue un fondo de inversión extranjero (Busquen ustedes por ejemplo información sobre “Black Rock”), ponga un dineral sobre la mesa y compre una empresa nacional de un tamaño mediano o grande. Cosa que en si no tendría nada de malo si buscasen “invertir” en ella. Pero lo que se busca es rentabilidad a cortísimo plazo, para compensar a los millones de dueños anónimos de ese dinero.
Así, no es raro que en la empresa recién comprada se reduzca personal de forma salvaje, se reduzca la calidad del servicio al mínimo y en general se ahorren costes de todas las formas posibles, para maximizar el beneficio. Que ese ahorro de costes comprometa la viabilidad de la empresa a largo plazo es irrelevante, porque estos fondos de inversión no tienen planteado mantener la propiedad de la empresa tanto tiempo. Al cabo de los 5 o 6 años, cuando ya esté bien exprimida la venderán, aprovechando su imagen de rentable. Que la empresa no pueda ser viable más de 2 o 3 años más a este “capitalismo rentista” le da igual. Los auténticos dueños del dinero no saben ni siquiera que han invertido en esa empresa. Normalmente ni viven en ese país.
No se sienten por tanto responsables de los empleados que se van a despedir. No les preocupa la situación social del país. Solo les preocupa sus beneficios.
Podremos quejarnos de Inditex todo lo que queramos, pero cuando llegó el COVID, el gobierno pudo recurrir a ellos y a sus redes de logística para trasladar material sanitario a España. Porque el empresariado clásico no dejan de ser personas, con una conexión y una cierta sensación de responsabilidad hacia su empresa, sus empleados y su país. Que obviamente haya algunos golfos no hace que eso no sea así para la mayoría.
Y en este momento, creo que (sin renunciar a defender a los trabajadores cuando haga falta) la izquierda debe contar con este empresariado y no atacarlo. Porque el capitalismo rentista es un enemigo común: Si una empresa baja costes a lo loco, porque no le importa su supervivencia a largo plazo, es un problema para la competencia a la que esa supervivencia si le interesa, y que por lo tanto no puede competir en igualdad de condiciones.
Por eso creo que la izquierda, en este momento, debería aliarse y no enfrentarse con las empresas “que hacen algo”. Aunque sea una alianza temporal y mirándose de reojo.
La izquierda no debería estar atacando al dueño de Mercadona: Debería estar copiando a Canadá e impidiendo comprar vivienda a extranjeros que no van a vivir en ellas, sino que son fondos que solo busca una rentabilidad a corto plazo y después vender por bastante más. De la misma forma, no deberían estar atacando al propietario que tiene 3 o 4 pisos, los mantiene y con el alquiler se saca un sueldo para vivir, sino a los fondos que tienen una capacidad de compra tal que pueden llegar tener tantas casas que marquen los precios de mercado. La izquierda debería estar en determinar que sectores son estratégicos, y en que empresas y sectores no se puede permitir que fondos impersonales extranjeros compren más de X porcentaje de las acciones. Y por desgracia, creo que hoy nuestra izquierda no está en eso.
En biología hay un concepto que si no recuerdo mal se llama “Enemistosa vecindad”. Animales de la misma especie que viven en zonas cercanas, que tienen cierta competencia y encontronazos menores, pero que cuando llega un tercero y amenaza a uno de los dos el otro no duda en acudir a defenderlo para expulsar al recién llegado.
Quizás es hora de que la Izquierda Española sea capaz de cambiar su mentalidad para ver que a veces hay que defender a sus vecinos empresarios frente a un nuevo tipo de agresor…
Guillermo Ferrer
El argumento es completamente falaz. Primero reducimos la clasificación del empresariado a una simplificación absurda entre «rentistas» y los que «hacen cosas», para a continuación achacar todos los males de la economía empresarial a los malvados rentistas, dejando a nuestros amigos de Mercadona e Inditex, por supuesto, en el grupo benévolo de «los que hacen cosas».
Como si los que «hacen cosas» además no pudieran, al tiempo, ser «rentistas».
Volviendo al título. Por supuesto que la izquierda no puede quedarse callada mientras una empresa especula y condiciona un mercado básico como el de la alimentación. Y por supuesto que la solución no es otra que la intervención. Cosa que bien hace la derecha cuando le conviene, constantemente. Cuando no conviene, caca y comunismo.
Por supuesto, hay que aplaudir cuando las cosas se hacen bien, y determinados gestos, si bien también diferenciar cuándo dichos gestos se enmarcan total o parcialmente en campañas de lavado de cara. Y no ser ingenuo y saber cuándo la mano que te acaricia el pelo con ternura pertenece al mismo que al tiempo, y con la otra mano, te retuerce las pelotas.