Clara Breña | «España nos roba», «España nos oprime», «Somos una colonia de España», «Odiamos a España [y viceversa]». Oímos declaraciones similares a diario. Desde Cabo Finisterre hasta la Rambla de Barcelona; desde la Playa de la Concha hasta Algeciras; desde una sidrería de Oviedo hasta un chiringuito de la Malvarrosa. Todas estas regiones – no todos sus habitantes, seamos justos – periféricas (y no tanto, que ahora resulta que España también oprime a Castilla) parecen tener claro un elemento constitutivo de su identidad: el odio a España, la nación opresora por antonomasia, allende los mares y también en terruños no tan remotos. Parece ser que, en palabras de Fernando Savater, no es que odien a todo lo español: es que a todo lo que odian lo llaman español.
Porque existe, dicen, una España, un ser español, que oprime a otras naciones cuyos orígenes milenarios son imposibles de rastrear. Es curioso cómo desde estas regiones que enarbolan los pendones del nacionalismo más reaccionario, etnicista y xenófobo, te venden el cuento de que España no es nada más que una nación artificial de corta y pega, representada por no se sabe quién, que pretende llevar a cabo un programa de homogeneización cultural a nivel masivo, al mismo tiempo que te repiten el manido mantra de «España nos roba o nos oprime [o ambas]». Es decir: ¿España no existe, pero al mismo tiempo nos oprime? A mí hay algo que se me escapa. O quizás sea que todas estas proclamas del exaltado orgullo patrio fragmentado no tengan ningún sentido. Porque los mismos políticos a los que se les atraganta la palabra España y la sustituyen por un nada casual «Estado español», vociferan sin pudor a los cuatro vientos que «España nos roba», e identifican y rechazan inequívocamente la bandera de España, que no del Estado español, y el resto de sus símbolos. Para lo bueno – la unidad y la igualdad entre ciudadanos – hablan de estado español; para lo malo – esa especie de Tío Sam a la española que les roba no se sabe muy bien qué – hablan de España.
Pero, ¿quién es esa España? Porque resulta que ahora Castilla también es una nación oprimida por ella. Es más, hay quien dice que León es otra nación que debe independizarse como sea de Castilla (no sabemos muy bien en qué pueblo plantarán la frontera de la raza leonesa). Pero, no acaba ahí la cosa: Asturias, Aragón y Andalucía también son naciones. ¡Y hasta tienen su propio idioma! Y en concreto en Asturias, hasta se inventan un pastiche del bable, una especie de esperanto 2.0, que quieren convertir en lengua cooficial. Mi padre, asturiano de nacimiento, me ha contado en numerosas ocasiones cómo era incapaz de entender con claridad a una persona del pueblo de al lado; que me expliquen cómo con este panorama de caos de dialectos (caos en el buen sentido, llamémosle diversidad, que no quisiera yo pecar de asturófoba) es posible instituir como oficial una lengua común para un territorio si no es, directamente, inventándosela. Porque con esta multiplicación paródica no ya de los géneros – que Butler y esta gente tienen mucho más que ver de lo que creen – sino de los idiomas y las naciones, va a resultar profética aquella campaña publicitaria de Ikea: bienvenidos a la república independiente de mi casa.
Y todas estas naciones – Castilla, León, Andalucía, Asturias, Galicia, Cataluña, País Vasco (Euskal Herria, disculpad mi madrileñocentrismo), y las que aún quedan por despertar del letargo españolcéntrico, tiempo al tiempo –, por supuesto, oprimidas por España. Una España que nadie sabe quién es, pero que todo el mundo identifica como su incansable opresora y eterna enemiga, como la cárcel de pueblos que constriñe una pulsión de identidad irrefrenable del resto de naciones. Porque hay quienes tienen muy definida su identidad, quienes son perfectamente conscientes de que pertenecen a una realidad étnico-lingüística-cultural-sentimental diferenciada del resto de compatriotas, y que dicen que tienen el derecho a autodeterminarse, pero al mismo tiempo meten al resto de habitantes con quienes comparten territorio político en un mismo saco culturalmente homogéneo: España. Se autodeterminan ellos y nos determinan a los demás; definiéndose siempre en negativo: somos lo que no es España. Y España es todo lo que no nos gusta.
Porque, no sé qué pensarán ustedes, pero a mí me da que esa homogeneidad cultural, ese pensar como un solo hombre, esa patria que trasciende el tiempo y el espacio (sea esta Cataluña, Euskadi o España) sólo existe en la cabeza de fanáticos que fantasean con la superioridad de su raza; esta, por supuesto, siempre descendiente de celtas o de germanos, del parentesco con poblaciones del Rif africano ni hablar. Que de buscar la raza aria se trata. Son los españoles (maketos, charnegos), quienes quiera que estos sean, los que llevan en sus venas la sucia sangre bereber (no me juzguen, por favor, sólo cito a Castelao).
En fin, a todos ellos, les pregunto de nuevo: ¿quién es esa España? Yo me inclino a pensar que esa España es una nación política, con todo lo que ello conlleva. Es el conjunto de la ciudadanía, oriunda o no, que disfruta de todo el paquete de derechos y deberes del que gozamos (o padecemos) en este terruño que por vicisitudes históricas que tienen mucho de circunstancial y muy poco de épico hemos convenido en llamar España. Que España son todos los ciudadanos y ciudadanas que habitan dentro de las fronteras de este nuestro estado-nación; no por nada, ni por ser de una raza especial, ni por sentirse (muy legítimamente, faltaría más) ni dentro ni fuera de él; sino por la casualidad cósmica de haber nacido, o haberse nacionalizado, aquí. Es el pueblo español, en el sentido más materialista y menos sentimentaloide posible. El que trabaja, produce y paga sus impuestos al fisco español; el que levanta España, como se suele decir. Es la nación en el sentido moderno; la nación hija de la Revolución Francesa y de las Cortes de Cádiz; la nación por oposición a los privilegios del Antiguo Régimen. La «República de trabajadores de todas clases». Eso es España.
Y ustedes, los oprimidos por ella, ¿qué me responden? ¿Quién es esa España?
Clara Breña
- El rojipardismo es un mito (¿o no?) - 29/07/2022
- Elogio de la gente corriente - 10/12/2021
- La metafísica de España - 04/12/2021
Brava!
Excelente artículo.
A ver si desde el feminismo se para la farsa que es el nacionalismo