Nota editorial: este ensayo que tienen entre manos corresponde a la segunda entrega del texto de Martín Alonso y Francisco Javier Merino. Paralelamente a lo descrito, la primera entrega también se encuentra disponible en https://www.elpapel.es/transformaciones-en-los-partidos-politicos-particularidades-espanolas-y-exigencias-ciudadanas/
El esquema trifásico de Mudge (socialismo, economicismo, neoliberalismo) se antoja
incompleto porque no recoge una cuarta metamorfosis del socialismo, la psicopolítica,
representada por los nacionalismos y las políticas de identidad. Significativamente, en
el índice analítico de su libro, un volumen de más de 500 pp., no aparecen términos
como nacionalismo, identidad o woke. El tratamiento conjunto de nacionalismo e
izquierda no ha destacado por su atractivo editorial. Este ha interesado a los
estudiosos cuando la izquierda ha asumido el marco identitario de las guerras
culturales. En ese sentido, es un buen complemento al libro de Mudge la monografía
de Susan Neiman, Left is no woke (12), que se suma a los estudios de Mark Lilla, Alan Sokal y unos pocos más.
El escaso interés en esta modulación identitaria de las izquierdas se multiplica en el
caso español, donde nacionalismo sigue denotando básicamente el franquismo
nacionalcatólico mientras que los nacionalismos subestatales, cuando han sido objeto
de estudio, lo han sido mayoritariamente desde una posición partidista y en ocasiones
como encargo de las instituciones representativas de esos nacionalismos; de manera
que en la opinión pública foránea ha pasado desapercibido el componente entre
fascista –nacionalismo vasco radical– e iliberal –el procés catalán– de los nacionalismos subestatales. Por ejemplo, el justamente reconocido historiador del nazismo Ian Kershaw ve la «alargada sombra» de Franco en la «agresiva reacción del gobierno conservador español» al independentismo catalán. (13) Otro ejemplo viene dado por las declaraciones de Francis Daspe –animador de La France Insoumise (LFI) y candidato de Nouvelle Union Populaire Écologique et Sociale (NUPES) en los Pirineos Orientales–, en las que asegura que «una gran parte de los separatistas catalanes son claramente progresistas», por eso «hemos denunciado las desviaciones democráticas con motivo de la represión del movimiento político en Cataluña». (14) En conclusión, la literatura sobre esta extraña pareja es relativamente escasa y frecuentemente sesgada. España ofrece la particularidad de que su sistema de partidos se articula además de en la dimensión ideológica derecha-izquierda, en una dimensión territorial identitaria centro-periferia. En teoría esto ofrecería cuatro perfiles posibles en una tabla de doble entrada. En la práctica no ocurre así en el caso de los subnacionalismos poderosos, el catalán y el vasco, porque ambos son asimilados al tramo progresista de la primera dimensión. Esto ocasiona una colusión o alianza entre partidos nacionales de izquierda y partidos nacionalistas sin adjetivos.
Hay una particularidad adicional de estos subnacionalismos que es generalmente
obviada cuando son objeto de estudio de casos: aunque tanto el nacionalismo catalán
como el vasco están repartidos territorialmente en dos Estados, la atención se centra
particularmente en el lado español y las reivindicaciones más visibles tienen lugar
precisamente allí donde existe un mayor reconocimiento y mayor nivel de soberanía
material y de las instituciones expresivas de la identidad nacional. Tanto que en estos
territorios es difícil encontrar elementos indicadores de la presencia del Estado y en el
caso de Cataluña se observa además un rechazo de España y de lo español, incluida la
lengua, que oscila entre la xenofobia y el racismo y que paradójicamente a menudo
viene expresado en el marco del lenguaje de- o poscolonial.
En todo caso es impensable en España un partido de izquierda que imitara al que
capitanea Mélenchon introduciendo el nombre de España en su denominación. Menos
aún que, un líder de izquierda radical como él, afirmara: «Amo a España y a su
historia». Paradójicamente, las izquierdas radicales foráneas aceptan el mapa español
y defienden los nacionalismos periféricos. En el caso de Francia muestran un claro
doble rasero según el lado de los Pirineos de que se trate. Este aspecto entronca con la
característica señalada que permite hablar de los nacionalismos ricos españoles como
nacionalismos demediados o heminacionalismos: su propuesta reivindicativa opera
solo en una parte del espacio de referencia que dibuja la unidad orgánica. (15)
Y si esto es una anomalía desde el punto de vista de la cosmovisión psicopolítica del
nacionalismo, se ve acompañada de otra que remite al espectro ideológico: son
territorios ricos que exhiben los mismos rasgos insolidarios que ocurre en el plano
vertical de la desigualdad con la lista de las mayores fortunas. Dentro de la escasa
atención a este aspecto, el egoísmo elitista de estos territorios ha sido señalado por
autores como Thomas Piketty, Christophe Guilluy, Emmanuele dalle Mulle, François
Dubet o Paul Collier. Un párrafo de este último sirve de sinopsis:
Todas estas secesiones aparentemente distintas tienen algo en común: son regiones ricas que intentan liberarse de sus obligaciones con el resto del país. […] Detrás de las poses discursivas sobre el derecho a la autodeterminación, estos movimientos políticos son otras manifestaciones del desmoronamiento del Estado socialdemócrata: resentimiento contra las obligaciones recíprocas construidas en torno a una vasta identidad compartida. Tanto ellos como el capitalismo merecen los
epítetos de codicia y egoísmo. Que los hayan evitado es un tributo no a su propósito, sino a sus relaciones públicas. Necesitamos identidades compartidas más anchas, pero el nacionalismo no es el camino para crearlas. Al revés, está siendo utilizado por populistas políticos para crear una base de apoyo mediante narrativas de odio a otras personas que viven en el mismo país. Toda la estrategia consiste en fomentar la cohesión dentro de una parte de la sociedad creando fisuras con otras partes de la sociedad. Las identidades opuestas resultantes son letales para la generosidad, la
confianza y la cooperación. (16)
A partir de este análisis sociológico resulta difícil de entender el apoyo de sectores de
la izquierda a los nacionalismos periféricos ricos, que a la insolidaridad añaden,
acentuadas, las funciones patrimoniales que observó Mair y que se han manifestado
en la utilización de las administraciones públicas de interés general como instrumento
prioritario de sus objetivos políticos particulares. Esta inclinación filonacionalista,
heredera de la nacionalización del antifranquismo en los últimos años de la transición,
implica que cualquier nacionalismo periférico, por xenófobo y desigualitario que sea,
goce de la vitola de progresista. Resume bien este punto Guillermo del Valle en La
izquierda traicionada: «Resulta más difícil de entender esa izquierda que asume las
barreras tribales. […] La privatización territorial, aquella en la que desemboca un
Estado vaciado de competencias, resulta invisible para buena parte de nuestros ojos
presuntamente progresistas» (p. 244).
Desde el punto de vista comparado es interesante el caso español por la experiencia
de dos partidos recientes que alcanzaron cotas importantes de apoyo popular, a escala
local uno y nacional otro, y que están caminando o hacia la desaparición –Ciudadanos– o hacia la irrelevancia –Podemos, varias veces escindido después de haber fagocitado a IU, triste sino de un legado de resistencia al franquismo que no pueden exhibir ni los partidos nacionalistas ni muchos de los voceros que hoy denuestan el ‘régimen del 78’, por el que dieron la vida los abogados de Atocha hace 47 años–. Ciudadanos, sufrió un escoramiento hacia la derecha y se acercó de forma palpable al viejo nacionalismo español y al fundamentalismo neoliberal, lo que ahuyentó a sus votantes. El segundo nos interesa más porque afecta al espacio de la izquierda. Podemos nació, con enorme fuerza, recogiendo los ecos de las movilizaciones del 15-M, consiguiendo que el imaginario popular identificara el nuevo partido como la decantación del abigarrado y multiforme movimiento. Sin embargo, desde el inicio la configuración de la nueva formación desmintió la reivindicación de una política democrática, horizontal e impugnadora de las prácticas de las élites denunciadas en la revuelta de las plazas. En vez de la proclamada penetración capilar en la sociedad, que encarnaría una organización vinculada a las capas populares, la concepción del núcleo dirigente se basó en una estructura de comunicación que privilegió desde el primer momento la televisión como medio fundamental de conexión con la ciudadanía. Término que, no solamente por haber sido apropiado por la formación de Albert Rivera, fue suplido por el de gente, contrapuesto a la casta dirigente, sino que en opinión de Andrés de Francisco y de Francisco Herreros: «Como categoría política, la ‘gente’ es una noción esencialmente antidemocrática, y solo puede encajar en un esquema de acción política donde el líder, el partido o el caudillo actúan en su nombre sobre la base de una interpretación de sus preferencias». (17)
Recordando lo señalado en el apartado anterior –«1. Transformaciones en los partidos:
una mirada histórica»–, Podemos se estrenó organizativamente como una máquina
electoral; en lo que ha devenido a la vista está. El partido, heredero de una
movilización encomiable contra los efectos del austericidio, compuso su discurso
explícito con los ingredientes de la razón populista teorizada por Laclau y Mouffe,
junto con la asunción dogmática de la bondad de los nacionalismos periféricos ricos y
el excipiente retórico emotivista de la reactividad. El factor común entre populistas y
nacionalistas es la lógica adversarial o antinomial teorizada por Carl Schmitt: el
enemigo de mi enemigo es mi amigo; luego hay que abrazar a Puigdemont o a Otegi,
mientras se sataniza a Díaz Ayuso o Núñez Feijóo; o viceversa según la ubicación del
hablante. Ambos forman parte de lo que se denominan paradigmas disociativos y
responden a esa clase de posiciones que, en palabras del humanista renacentista Luis
Vives «No pueden vivir sin enemigos». (18)
Dado el papel de ideólogo para este sector de la izquierda, conviene dedicar unas
líneas a Laclau. Comienza su escrito inaugural Emancipación con una frase perentoria
en la que declara muerta «la noción clásica de emancipación», (19) porque es
incompatible con la otredad requerida por el acto fundante de la emancipación.
Sostenía que los nuevos discursos de liberación debían descansar en
fundamentaciones completamente contingentes, un elemento en sintonía con la
sensibilidad posmoderna. Laclau no era consciente de que esta posición dejaba el
espacio disponible para discursos rivales, que son los que acabarían cristalizando en el
giro autoritario. La dialéctica del resentimiento (20) sustituyó a la dialéctica de la emancipación. Así, Trump es para muchos americanos, entre ellos quienes asaltaron el
Capitolio en 2021, el verdadero y legítimo representante del ‘pueblo’, frente a las
élites, el ‘estado profundo’ y las oligarquías cosmopolitas. La retórica populista se
empeña en convencer a una mayoría imaginaria de que la democracia constitucional
sostiene una tiranía de las minorías.
El suyo es un buen ejemplo de la tesis de Blühdorn (21) de que los sociólogos críticos
representantes de los movimientos emancipatorios no han logrado suplementar su
lógica de la liberación con una lógica equivalente de limitación y contención. De ahí
que, a la postre, los conceptos de emancipación, autonomía, crítica de las élites,
pensamiento crítico y arraigo popular hayan sido capturados por actores políticos
cuyos objetivos y propuestas se encuentran en los antípodas de las promovidas por los
titulares anteriores del proyecto emancipatorio. El sindicato de Vox se llama
Solidaridad y la denominación completa es Sindicato para la Defensa de la Solidaridad
de los Trabajadores de España (SPDSTE). La inspiración schmittiana de Laclau, que
comparte con Alain de Benoist, padre de la Nueva Derecha, da cuenta de estas
confluencias, las conversiones y los extraños compañeros de cama. Es significativo al
respecto que desde sectores izquierdistas imiten los procesos inquisitoriales e
irracionalistas de la reacción clásica, como la censura o la cancelación, que suponen un
menoscabo de la libertad de expresión. (22)
Como se ha señalado, es difícil sostener la compatibilidad entre izquierda y políticas
identitarias en general y entre izquierda y nacionalismo en particular. Félix Ovejero ha
dedicado argumentos sólidos al asunto para lo que concierte al caso español y, si se
quiere ampliar el foco, autores izquierdistas como Eric Hobsbawm o Tony Judt han
escrito solventemente sobre ello. Harían falta muchas páginas para recoger las
posiciones que muestran que nacionalismo e izquierda pertenecen a espacios
conceptuales antagónicos, fuera del contexto particular de las guerras de liberación
colonial. Máxime si tenemos en cuenta los componentes supremacistas y xenófobos
de unas concepciones que tacharon de ‘maketos’, ‘cacereños’, ‘murcianos’ o
‘charnegos’ a los trabajadores procedentes de otros lugares de España o que dibujan a
los castellanohablantes como torpes o malos de película, como en Polònia de TV3.
En diciembre de 2023, a resultas de ciertas posiciones en relación con los
acontecimientos que han ensangrentado Oriente Próximo desde octubre, se creó un
grupo de discusión llamado Left Renewal (23) que se propone discutir los elementos
nucleares de un programa de izquierdas. En el documento base para la discusión,
titulado «Para una izquierda democrática e internacionalista», se pueden leer en el
apartado «Un enfoque crítico del nacionalismo» unas consideraciones atinadas:
Las naciones son construcciones sociales que funcionan en parte para enmascarar las explotaciones y las opresiones en su seno, como las que están ligadas a la clase social, al género, a la raza o a otra cuestión, en nombre de un ‘interés nacional’ uniforme. Nuestro objetivo a largo término es una asociación libre de todos los seres humanos, es decir, un mundo sin naciones, en el cual las distinciones étnicas llegan a ser secundarias. […] La gente de izquierdas debe alzarse contra la opresión de pueblos, ligada a su nacionalidad. Pero debemos también reconocer que todos los nacionalismos –incluidos los de los grupos oprimidos actualmente– son, por lo menos en potencia, vectores de exclusión y de opresión. Apoyar el derecho de defenderse de un pueblo determinado o de conquistar la autodeterminación no significa, sin embargo, adoptar su nacionalismo por procuración. Una izquierda internacionalista no
debe izar una bandera nacional ni sostener un Estado o un movimiento nacional sin crítica. […] El objetivo de Hamás, de reemplazar la dominación nacionalista judía por otra nacionalista islamista –un Estado teocrático del cual los ‘usurpadores’ judíos serían expulsados–, es reaccionario. El hecho de que sea altamente improbable que logren su fin no vuelve su meta objetivamente más soportable desde el punto de vista de una ambición política democrática internacionalista.
Que en las condiciones actuales deban actuar en otros marcos, no implica perder de
vista el horizonte internacionalista, su aspiración a un laicismo identitario. Mientras
tanto, la opción menos mala es la de preferir las unidades superiores de afiliación a las
fragmentarias o fragmentadoras, el imperativo abarcador a la lógica tribal. (24) La
prioridad de la unidad superior, es la que señaló Montesquieu: «Si conociera algo
beneficioso para mí y perjudicial para mi familia, lo rechazaría. Si conociera algo bueno para mi familia y no para mi país, lo olvidaría. Si supiera de algo beneficioso para Europa y perjudicial para la humanidad, lo consideraría un delito». (25) Pero la idea está ya, con el énfasis en la condición de clase, en El manifiesto comunista: «la acción común del proletariado […] es una de las condiciones de su emancipación»; de modo que solo provisionalmente hay que aceptar el marco nacional, que es una cuestión de forma, mientras es el internacionalismo lo que informa el contenido.
La lógica de la psicopolítica prefiere el camino contrario, el de la balcanización o
micronización, muy sensible a la tentación del victimismo. Este recorrido se agrava con
el recurso ya citado al esquema binario. El resultado es el maniqueísmo de izquierda o
campismo, que es la contribución de este campo ideológico al fenómeno extendido de
la polarización de que se ocupa el apartado siguiente.
12. Susan Neiman, Left is no woke, Cambridge, Reino Unido, Polity Press, 2023.
13. Ian Kershaw, Personality and Power. Builders and destroyers of modern Europe, Londres, Penguin Press, 2022, p. 261.
14. https://www.eltriangle.eu/es/2022/06/12/el-pueblo-no-es-un-problema-al-contrario-es-la-solucion/
15. Ver al respecto, Martín Alonso, «Heminacionalismos españoles», El Viejo Topo, febrero, 2024, pp. 28-33.
16. Paul Collier, The future of capitalism: Facing the new anxieties,New York, Harper, 2018, p. 58.
17. Andrés de Francisco y Francisco Herreros, «Podemos, la izquierda y la ‘nueva política’», El Viejo Topo, p. 60.
18. Juan Luis Vives, Obras políticas y pacifistas, Madrid, Ediciones Atlas, 1999, p. 138.
19. Ernesto Laclau, Emancipation(s), Londres, Verso, 1996, p. 4.
20. Sjoerd van Tuinen, The dialectic of ressentiment. Pedagogy of a concept, Londres, Routledge, 2024.
21. Ingolfur Blühdorn, «Liberation and limitation: Emancipatory politics, socio-ecological transformation and the grammar of the autocratic-authoritarian turn», European Journal of Social Theory, vol. 25 (1), 2022, pp. 26-52.
22. Greg Lukianoff y Rikki Schlott, The Canceling of the American Mind, Nueva York, Simon & Schuster, 2023 (https://www.nybooks.com/articles/2024/02/08/whos-canceling-whom-canceling-of-the-american-mind/).
23. https://leftrenewal.net/spanish-version/
24. https://www.nybooks.com/articles/2023/11/02/defying-tribalism-left-is-not-woke-neiman/
25. Montesquieu, Cahiers 1716-1755, París, Grasset, 1941, p. 10.