En estos tiempos de debate electoral se hace más evidente, si cabe, el contraste de los distintos análisis, ideas y visiones de nuestra historia reciente y de la actualidad, pero se echa en falta una voluntad de síntesis que permita un futuro inmediato de consenso y entendimiento para desarrollar un proyecto social razonablemente común.
En lo que hace a las Leyes de Memoria Histórica y Memoria Democrática, que unos defienden con firmeza y otros pretenden derogar en cuanto tengan la mayoría suficiente, aunque no exista consenso para ello, con el mismo desparpajo conque fueron aprobadas, también sin ningún consenso social y político, da la impresión de que es necesaria alguna aportación que propugne ese necesario consenso para tratar esas leyes y todas las que se han proclamado en esta legislatura sin el mínimo acuerdo político.
Evidentemente desde todas las posiciones que se supone tienen una visión progresista de izquierdas, se suele hacer una valoración muy manida y simplista de la dictadura franquista, lo que lleva a conclusiones sesgadas de la etapa postfranquista, que condicionan las posteriores propuestas y medidas democráticas.
Desde un punto de vista histórico y social, lo primero que sería necesario entender es que la dictadura franquista tuvo épocas muy diferentes, sin dejar en ningún caso de ser dictadura.
Gran parte de las personas que hemos nacido y crecido en la dictadura no tenemos conciencia, afortunadamente, de que nuestra vida haya sido “atroz”, una cárcel de represión, sangre y torturas, sin que ello implique ninguna voluntad de blanquear la dictadura franquista.
Muchas generaciones nacidas después del franquismo, no lo entienden. Identifican a Franco con Hitler o Stalin, y a la sociedad española de entonces, encarcelada en un goulaj permanente.
Pero eso es una simplificación alejada de la realidad, porque siendo en todo caso una férrea dictadura, no fue igual en los años 40 que en los 50, 60 y 70.
En los años 40 hubo una enorme represión contra los vencidos y el axfisiante clima político-religioso-policial, fue muy intenso para todos los que habían perdido la guerra, un número significativo de los cuales fueron brutalmente fusilados.
Sin embargo, la sociedad española en su conjunto es como si hubiera percibido que todo debía atenuarse, y los niños, en general, no notamos la represión con la misma intensidad y vivimos una infancia feliz, con muchas estrecheces, pero jugando todo el día libremente en la calle.
Esto pasó igual en nuestra adolescencia en los años 50, aunque tuviéramos que cantar el Cara al Sol a la entrada al colegió público y rezar el Rosario todas las tardes del mes de mayo, pero además de eso el colegio y el instituto fueron épocas entrañables y gozosas, además de, en el aspecto educativo, razonablemente fructíferas, no solo por lo natural de ser niños y adolescentes sino porque el clima social ya lo iba permitiendo.
Seguía existiendo un indecente y atosigante control policial, pero ello no impedía que se produjesen manifestaciones artísticas y culturales en cine, teatro, música y literatura, que fueron abriendo el camino de una nueva sociedad.
Terminada la enseñanza secundaria bastantes hijos de obreros y de gente modesta pudimos acceder a los estudios superiores, proporcionalmente pocos, pero una magnitud suficientemente significativa para los que funcionó el ascensor social. Como para todos aquellos hijos de obreros que tuvieron la suerte de estudiar en las Universidades Laborales. Es recomendable visitar la de Gijón para hacerse una idea de lo que fue aquello.
Con esto se quiere decir que el franquismo fue muy duro políticamente y los que ansiábamos las libertades y la democracia nos organizamos para luchar contra él, lo que, en efecto, dio lugar a infames y crueles represiones e inclusive viles asesinatos como los de Enrique Ruano y Julián Grimau, que, tristemente, no fueron los únicos.
Claro que fue así. El franquismo no admitía la disidencia política, pero, socialmente, quien se mantenía alejado de la militancia política o sindical, situación horrorosa, sin duda, no tenía mayores problemas para llevar una vida aceptablemente grata y feliz, aunque sin libertades políticas, porque el clima social era denso pero no irrespirable.
Muchos jóvenes piensan que todos los que tenemos más de 60 años hemos vivido en una tenebrosa mazmorra social, pero, afortunadamente, no fue tan así a partir de los años 50 y sobretodo los 60.
Porque los 60 son los años del desarrollismo liderado por los tecnócratas liberales del Opus, que había tomado el relevo de la Falange. Son los años en los que se va creando una nueva clase media, con un movimiento de trabajadores organizado, con los Jurados de Empresa tomados por CCOO, y un nuevo colectivo de profesionales que viajan al extranjero y se tratan de tú a tú con todo tipo de profesionales, sobretodo europeos y americanos. Además de que España se inunda de turistas extranjeros y el sentimiento y la cultura democrática va permeando todas las esferas de la sociedad española.
O sea que en los años 60 y hasta el 75, la sociedad española evolucionó en todos los aspectos, también en cierta medida desde dentro del propio Régimen, que no podía permanecer impermeable a la evolución de la sociedad española y del mundo democrático con el que nos relacionábamos. ¡Gracias a eso se pudo hacer la Transición!
Porque, en efecto, en los últimos tiempos del franquismo se produjeron muchísimos movimientos sociales y vecinales, auspiciados esencialmente por aquel PCE, que fueron creando la base que permitió que tras la muerte de Franco, que también conviene decir que le lloró amargamente más de la mitad de la población española, en el periodo 75-77 se gestara desde dentro del franquismo una corriente modernizadora, en la que el Rey Juan Carlos, Suárez, Fernández Miranda, Gutiérrez Mellado y el Cardenal Tarancón, tuvieron una labor destacada que permitió alumbrar las primeras elecciones democráticas y constituyentes de 1977.
Sin duda del 75 al 77 la situación fue dificilísima con los nostálgicos del búnker franquista dispuestos a impedir cualquier reforma y generando un clima de violencia fascista, como con los asesinatos de los abogados de Atocha y otras situaciones de violencia terrorista de derechas como en Montejurra y Vitoria, además de la permanentemente infame de ETA. Pero Suárez y su Gobierno supieron capear la terrible situación, con el apoyo del PCE, todavía clandestino, pero que desde dentro de la sociedad operó hacia el mismo fin, aunque al principio no se tenía claro que fuera también el del Rey y Suárez, y todo ello permitió que llegásemos a las elecciones constituyentes del 77.
Ya en aquella época también tuvo un papel relevante, a nivel negociador institucional, el PSOE renovado y grupos demócratas de la propia derecha renovadora que había coexistido con el franquismo.
La Transición propiamente dicha comienza en junio de ese año, aunque eso puede considerarse con distintas fechas, y a partir de entonces la violencia esencial que sufre España es la de ETA, el GRAPO y el FRAP. Los grupúsculos de derechas como los Guerrilleros de Cristo Rey fueron prontamente neutralizados.
Pero desde las elecciones constituyentes del 15 de junio del 77, se crea un clima de concordia que tiene su mejor expresión en los Pactos de la Moncloa, firmados en octubre de ese año por los principales partidos con representación parlamentaria y las organizaciones sindicales, lo que significaba la voluntad de salir de la grave crisis económica y social que atenazaba a España, de forma conjunta y solidaria por las organizaciones que representaban a la mayor parte de la sociedad española.
Ese espíritu de concordia y reconciliación fue el que imperó durante toda esa legislatura y el que permitió alumbrar la Constitución Española que se aprobó en el Referéndum del 6 de Diciembre de 1978, dando comienzo al nuevo régimen democrático vigente hasta hoy.
Con todo lo anterior, lo que se quiere decir es que la Transición desde el 77 hasta el 82, en que llega al Gobierno el PSOE, fue un periodo de transacción y consenso que alumbró la nueva etapa democrática y en el mundo entero se valoró como un proceso ejemplar de reconciliación de los españoles que se habían enfrentado en la Guerra Civil y de recuperación de la convivencia democrática en España.
Esto es lo que lamentablemente se ha perdido, muy esencialmente desde la promulgación unilateral por el Gobierno anterior del PSOE de la Ley de Memoria Histórica, profundizada recientemente por el actual Gobierno de Coalición y su Ley de Memoria Democrática.
La reparación y reivindicación de los vencidos en la infausta Guerra Civil y la recuperación de los restos de los asesinados en las fosas comunes, se debería y podría hacer con el apoyo expreso y firme de la Administración, con todo el respeto y sensibilidad pero sin ningún carácter revanchista, pues en la República se cometieron también muchas atrocidades, aunque es sabido que fueron suficientemente reparadas durante el franquismo. Entonces no hubo ninguna reconciliación ni perdón, solo victoria, pero en la Transición se promulgó una Amnistía Total para todo tipo de actos de significación política, amnistía que fue esencialmente reivindicada por aquel PCE, que no tiene nada que ver con el actual, consciente de que era la única forma de comenzar una nueva vida democrática y en común, todos los españoles.
Hay que darse cuenta de que las Leyes de Memoria Histórica y Memoria Democrática, no fueron promulgadas consensuadamente con la derecha y significan una vuelta atrás del espíritu de consenso y reconciliación de la Transición y, lamentablemente, así lo hemos podido vivir todos estos años, en que el enconamiento y beligerancia entre izquierdas y derechas han hecho imposible el mínimo y necesario consenso.
Este consenso es igualmente necesario para tratar el tema de la forma del Estado, cuando abiertamente se está reivindicando la República y desconsiderando, cuando no menospreciando, al actual Jefe del Estado, plenamente constitucional y elegido por el Congreso de los Diputados.
Muchos entendemos la Monarquía como un anacronismo pero reivindicamos la Constitución del 78, votada, como queda dicho, en Referéndum por la Nación Española y nos sentimos cómodos con una forma de Estado, democrática, constitucional, en donde imperan los valores republicanos, aunque el Jefe del Estado se denomine Rey, pero ejerza sus funciones, con la moderación, equilibrio, inteligencia y habilidad conque lo hace el actual.
No se trata de defender la Monarquía sino de defender la Constitución Española de consenso y reconocer el buen hacer del Jefe del Estado a pesar de los ninguneos que sufre, con los que de forma directa e indirecta también se ningunea y ataca lo que el Jefe del Estado representa.
En todos los asuntos anteriores y otros muchos que tienen una especial incidencia en el funcionamiento armonioso de toda la Nación Española, sobretodo en lo que hace a la educación, la sanidad, la seguridad, la fiscalidad y el desarrollo económico-empresarial, es absolutamente imprescindible que seamos capaces de encontrar vías de Consenso y Regeneración para España, que nos permitan afrontar el horizonte inmediato con una perspectiva halagüeña.
Solamente querría subrayar algo que ya dices en tu artículo: la importancia que tuvo la existencia de una numerosa clase media para hacer posible la Transición (aquella clase media del seiscientos y del pisito pagado a plazos). Las clases medias son necesarias para la estabilidad de un sistema político democrático. Por eso es tan peligrosa la proletarización de los jóvenes y de los mileuristas, la proliferación de contrataciones «basura», etc.
El ensanchamiento de la brecha social que se está produciendo en España está seguramente en el origen de los populismos y de los abandonos de la racionalidad política, creo yo.
Totalmente de acuerdo