Ensoñación de un primate con miedo a morir.
Cuando el homínido aún no hombre salió de las llanuras africanas con destino a ningún sitio, caminando sobre sus patas traseras, las manos libres y la mirada alta, comenzó a vislumbrar su propia muerte, la desolación del final de su cuerpo. Y empezó a abismarse en la noción del no ser. El correr de los milenios vio surgir una miríada de sentimientos, creencias, religiones, supersticiones, con el objetivo único de calmar la ansiedad ante el ineludible final de la propia existencia.
Esas creencias y sentimientos han formado parte del andamiaje fundamental de las leyes de los hombres. Sin embargo, muy recientemente en términos históricos, los movimientos sociales y políticos asociados con los avances de la sociedad optaron clara y radicalmente por una separación nítida entre lo legislativo y las creencias personales. Así, en las legislaciones europeas se ha venido produciendo una progresiva exclusión de las referencias a la religión, dejando ésta para el entorno personal de los ciudadanos.
Sin embargo, han surgido recientemente nuevas presiones para la incorporación de creencias novedosas y sentimientos personales, exclusivamente personales, a las legislaciones nacionales de países democráticos (necesariamente laicas a fuer de universales). Movimientos identitarios que dan valor fundamental a la pertenencia a un grupo más o menos artificial.
Aquí me refiero específicamente a los sentimientos de algunas personas, de no pertenencia al grupo sexual que indican sus características cromosómicas. Esto les haría sujetos de una determinada identidad referida a esos sentimientos no normativos (sic). Cómo discutir acerca de los sentimientos de otro; no es posible. Mis sentimientos son los que son y por su propia esencia no son discutibles. No hay ni puede haber nada democrático en los sentimientos, no podemos votar acerca de si los sentimientos de otros son correctos o no; no existe esa cualidad en los sentimientos, ni tiene por qué existir. Mi vida, mis sentimientos, mis creencias.
Algunos intentamos construir nuestro pequeño sombrajo con elementos que provengan exclusivamente de los hechos comprobables, pero no pretendemos de ningún modo que se incluya en la legislación salvaguarda alguna para los que tenemos esa forma de estar en el mundo. Negamos contundentemente toda aquella teoría que pretenda dejar de lado la naturaleza biológica del hombre y por consiguiente negamos la construcción social del género y la posibilidad de disociar la etología de los genes. Eso no nos hace malvados. Simplemente nuestro desarrollo vital nos ha llevado a alcanzar esas conclusiones.
Nacer en un cuerpo equivocado es una afirmación que sólo puede sostenerse desde la creencia previa en la existencia de un alma que anima el cuerpo. Porque sin esa creencia previa, ¿quién sería el sujeto que “se equivoca” al nacer en ese cuerpo? Y en el momento que entramos en el territorio de la espiritualidad, nos alejamos irreversiblemente de los hechos constatables, de la realidad física que debe estar en los fundamentos de una sociedad plural y libre y de su cuerpo legislativo.
Dado que los sentimientos varían casi tanto como humanos sobre la Tierra, ¿incluir mis sentimientos en las leyes? ¡Que insensatez! ¿Llevamos siglos intentando desarraigar las creencias religiosas de las leyes y ahora vamos a echarlo por tierra incluyendo nuevas creencias? La misma razón (o falta de ella) tendrían los animistas, los católicos, los musulmanes, los terraplanistas, para exigir la inclusión de sus propias percepciones acientíficas de la realidad en las leyes que nos rigen a todos. Rotundamente no.
Ante el hecho de vivir, todos compartimos una única identidad: humanidad. Y ante las leyes que rigen este pequeño rincón en el que convivimos, sólo una identidad: ciudadanía española.
No te dejes engañar hermano primate. No has nacido en un cuerpo, ese cuerpo eres tú. No hay nada más. Ni nada menos. Ama tu cuerpo, haz con él lo que consideres oportuno e intenta ser feliz.
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Un artículo para suscribir desde el principio al final…y un hermoso párrafo final.