Javier Miranda | Como a mucha gente de mi generación, en los cada vez más lejanos tiempos de mi adolescencia me dio por el ajedrez. Para estar a tono me compré unos libritos, entre ellos el clásico que analizaba el mítico torneo Fischer-Spasski, y me aprendí algunas aperturas básicas. Pero tranquilos, estas fiebres son como el acné propio de esa edad, que se van como vienen, y mi ELO no pasó de partidas dominicales con amigos que casi siempre perdía por otra parte.
Viene esto a colación porque en uno de esos manuales básicos que perdí o acaso conservo en el altillo de los libros e ilusiones olvidadas, se aconsejaba obsesivamente dominar el centro del tablero. Todas las maniobras iniciales de la partida debían tender a ese fin. Algo así como domina el centro y échate a dormir. Era repetitivo con ello hasta el aburrimiento. No sé si la política española –se supone que a veces en la cosa pública se juega al ajedrez, pero en España últimamente se practica más bien el fútbol americano- conoce este manual, pero su autor debe estar muy satisfecho con nuestros representantes públicos. El centro sociológico es un mito, como tantos otros, creado en los tiempos de la Transición. La creencia que después de la dictadura los españoles no querían extremismos y optaría por políticas moderadas, esto es, reformistas sin grandes sobresaltos, llevo a las formaciones políticas a envainársela y asumir, mayoritariamente desde la izquierda, desactivaciones de sus idearios. Así, el PCE echó por la borda su militancia resistente frente a la dictadura asumiendo la monarquía y el PSOE aceptó que hay que ser socialista antes que marxista, una de las frases del período. La derecha también lo hizo a su manera. Jugó la carta de la moderación y esperó hasta que en los últimos años ha sacado su verdadera cara.
Parece que en estos tiempos de extremismos el concepto del centro político está, o debería estar, en decadencia, visto como se las gasta la clase política y la sociedad en general. Pero no, ahora la gran esperanza blanca de la izquierda, Yolanda Díaz, lo ha recuperado, con un tacticismo que la ha llevado incluso a reunirse con su santidad en Roma, no sé si queriendo recuperar el voto de las viejas organizaciones obreras cristianas o queriendo demostrar al catolicismo español que no debe temerla tanto. Creo que la ministra de Trabajo, que viene a cambiarlo todo para que no cambie nada, yerra en esta recuperación del centro político. Primero, porque para haya centro hace falta una sociedad confortable y una clase media y obrera razonablemente satisfecha, como podía haberla hace cuarenta años. Tras décadas de asolamiento neoliberal eso ya no es posible, y retocando las reformas laborales del PP como ha hecho ella, seguro que no llegaremos a ello en mucho tiempo. Y segundo, lo malo del adanismo político del que hace gala esta izquierda posmo es que no saben aprender de los errores anteriores. El constructo que piensa montar “a la izquierda del PSOE” suena demasiado a la vieja UCD, que todos sabemos cómo acabó. Aquella coalición era un partido caudillista montado en torno a Suárez que englobaba gente muy disímil. Falangistas reciclados como el propio presidente, democristianos que demostraron ser más cristianos que demos, socialdemócratas e independientes que se sumaron a ver que caía. Es sabida la historia, aquello fue un constructo nada operativo que acabó dando la razón al pesimismo de Hobbes, la guerra de todos contra todos y la volatilización electoral en 1982. Esta amalgama que pretende hacer la actual vicepresidenta suena demasiado a ello. Uno cree que la situación exige formaciones políticas más sólidas, más cohesionadas y con los idearios más claros, pero el signo de estos tiempos posmo es la fragmentación y la unión contra natura.
Terminaré con otra referencia personal. Tras olvidar el ajedrez me aficioné a la Historia, afición que aún mantengo y en algún momento me topé con las batallas napoleónicas. En ellas había que mantener el centro firme, pero el secreto era desbordar por los flancos y cortar la retirada, precisamente al centro enemigo, que se convertía así en una trampa. A lo mejor esto es lo que necesitamos ahora. Un ala fuerte que desborde por la izquierda. Porque el ala derecha en el momento actual está bien fuerte y además tenemos la sensación de que el centro del tablero se apoya demasiado en ella.
Javier Miranda
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